PROMESA

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viernes, 10 de julio de 2015

PARA GANAR UNA GUERRA, HAY QUE RECONOCER QUE SE ESTÁ EN ELLA

por Charles F. Stanley

Jesús nunca nos dijo que la vida cristiana sería fácil. De hecho, nos advirtió lo contrario. En Juan 16.33, Él aseveró solemnemente: “En el mundo tendréis aflicción”. La historia de la iglesia y el testimonio de nuestras vidas muestran que esto es así.

Cada mañana, cuando usted y yo nos despertamos, estamos en una guerra. Muchos creyentes simplemente no toman en serio esta realidad. Sin embargo, cuando hablamos de guerra espiritual debemos recordar que cada día vivimos en medio de una batalla real y personal que debemos enfrentar.

No reconocerlo resulta en una derrota constante y dolorosa. Los cristianos nos sentimos confundidos y desmoralizados, porque no entendemos por qué seguimos fracasando espiritualmente. Justo cuando creemos que hemos vencido algo, esto se yergue de nuevo para derrotarnos.
Tomados desprevenidos
Una de las principales razones por la que los creyentes son derrotados, es porque el enemigo los toma totalmente desprevenidos. Estos creyentes simplemente pasan sus días sin darse cuenta de la guerra que se libra en sus vidas. Al mismo tiempo, cuestionan la Palabra de Dios, diciendo: “Señor, si este Libro es todo lo que dices que es, y si el evangelio es tan poderoso como has prometido, ¿porqué, entonces, no está funcionando en mi vida?”

El problema no es que a la Palabra de Dios le falta poder, sino que muchas veces no reconocemos la intensa batalla espiritual que hay alrededor de nosotros. Estamos en guerra, y es una lucha por nuestras vidas, no nuestra vida física, sino por nuestra vida espiritual. La única manera de sobrevivir a este conflicto es preparándose para la batalla.
Reconocer al enemigo
En Efesios 6.10-18, el apóstol Pablo nos dice que nos preparemos vistiéndonos “de toda la armadura de Dios”. Al pensar en cómo prepararnos, debemos comenzar sabiendo contra quién estamos luchando. Pablo identifica perfectamente al enemigo en Efesios 6.12: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Pablo está diciendo aquí que nuestro enemigo es el diablo y todos sus perversos ángeles —todas sus huestes demoníacas— que actúan en contra de nosotros cada día.

¿Qué es lo que quiere el diablo? Su objetivo principal es hacernos dudar de la verdad de las Escrituras. Quiere que los intereses mundanos desvíen nuestra atención de las cosas de Dios. Quiere lograr este objetivo y cualquier otra cosa que haga inefectivo nuestro testimonio y servicio al Señor. Si llegamos a ese punto de inefectividad espiritual, nos convertimos en unos soldados del reino inútiles y derrotados.

En segundo lugar, debemos reconocer la situación. Muchos cristianos sinceros oyen la palabra “guerra” y la rechazan, diciendo: “Este asunto de armas y de guerra parece tan opuesto a Dios. Creo en la paz, y por eso no creo que la Biblia hable, en realidad, de una batalla”.

Conscientes de que estamos llamados a ser pacificadores (Stg 3.18), veamos honestamente lo que dice la Biblia en cuanto a la guerra espiritual. Al escribir a su discípulo Timoteo, Pablo le dice que él es, en realidad, un “soldado de Jesucristo” (2 Ti 2.3, 4). Asimismo, en 2 Corintios 10.4, Pablo se refiere a “las armas de nuestra milicia” en medio de una batalla espiritual.

Pablo estaba, sin duda, familiarizado con el lenguaje de la guerra. Como ciudadano romano del primer siglo d.C., debió haber sido testigo de mucha actividad militar. Además, él mismo fue a menudo una víctima de los caprichos de las autoridades romanas. Debemos creer que, por la inspiración del Espíritu Santo, Pablo tuvo mucho cuidado en cuanto a las palabras que utilizaba al describir nuestra condición espiritual. Cuando eligió términos como “guerra”, “armas” y “soldado”, no cabe duda de que entendía que todos estamos en medio de una gran guerra, no de la carne, sino del espíritu.

En tercer lugar, tenemos que estar vestidos debidamente para la batalla. Piense en cómo se viste usted cada mañana. Todos elegimos una ropa adecuada al día. Si voy a la iglesia el domingo, me visto de traje y corbata. Si voy a pescar, me pongo unos viejos pantalones sucios y una camisa, y no me importa mojarme. Si voy a fotografiar una montaña cubierta de nieve, me pondré una chaqueta contra el frío, con bolsillos para accesorios de cámara. Y, si voy a una batalla, tendré que ponerme, desde luego, mi armadura.

Cubierto por la fe
Ahora bien, ¿cómo ponerse esta armadura? Por la fe. Aunque usted no pueda ver físicamente el aparejo para la batalla, puede tener la confianza de que Dios le cubrirá totalmente con su poder y con su presencia al lanzarse cada día a un mundo tenebroso.

El peligro que debemos evitar, es la creencia de que podemos elegir qué piezas de la armadura necesitamos para cada día. ¿Iría un soldado a la batalla equipado a medias? ¡Por supuesto que no! Él sabe que cada detalle es vital para su supervivencia. Del mismo modo, si nos falta alguna pieza cuando entramos en nuestro campo de batalla espiritual, Satanás atacará con toda seguridad esa área débil desprotegida. Es por eso que Pablo nos manda específicamente a que nos pongamos toda la armadura de Dios.

Lamentablemente, la armadura de Dios es una verdad espiritual que muchos creyentes no aprecian, o simplemente no toman con seriedad en absoluto. Quiero retarle, entonces, a vestirse deliberadamente para la batalla espiritual que enfrentará cada día. Dios nos ha proporcionado el equipo; lo único que tenemos que hacer es ponérnoslo.

Usted está yendo a una batalla hoy. ¿Está equipado para la misma?

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