PROMESA

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lunes, 7 de julio de 2014

JUAN EL BAUTISTA

En muchas ocasiones el estudio de la vida de Juan el Bautista hay diversas controversias causadas por diferentes opiniones en cuanto a su vida.
Se le atribuyen pertenecer a diferentes sectas contemporáneas.
 Es más acertado asemejarlo a ciertos ritos practicados por las comunidades judías marginales de Palestina y de Siria durante los primeros siglos. Tal sería el caso de los esenios, conocidos a partir de los testimonios de Plinio el Viejo, de Filón de Alejandría y de Flavio Josefo, de su propia producción literaria provocado a y de los vestigios arqueológicos conservados en Qumrán. Plinio el Viejo los ubicó al oeste del Mar Muerto, a cierta distancia de la costa: 
ESENIOS
Pueblo solitario, el más extraordinario que exista; sin mujeres, sin hijos, sin dinero, viven en la soledad del desierto. Pero se renuevan continuamente, y los adeptos les llegan en masa... Eusebio conservó en su Preparación evangélica  un fragmento de Filón que se refiere también a la comunidad de bienes mantenida por los esenios: Nadie se permite poseer nada como propio, ni casa ni esclavo ni campo ni rebaños ni cosa que produzca riqueza abundante, sino que todas las cosas las ponen en común y en común disfrutan del provecho de todas ellas. Josefo resaltó en ellos su insistencia en la necesidad de una conversión total y su preocupación extrema de pureza obtenida mediante reiterados baños rituales: se complacen en enseñar que hay que entregarse a Dios en todas las cosas. Declaran también que las almas son inmortales y opinan que hay que luchar por obtener la recompensa de la justicia .
Con mucha frecuencia se ha querido relacionar a Juan el Bautista con los esenios de Qumrán, dadas las semejanzas existentes entre su pensamiento y prácticas y los de la secta, y también debido a la cercanía del dicho monasterio respecto al lugar donde Juan realizaba su actividad. Seguramente debió conocerlos, pero no es muy probable que se hubiese formado con ellos. La predicación de Juan, a diferencia de la enseñanza esenia, era pública y no privada. El juicio anunciado por los esenios llegaría en un futuro indeterminado y no de manera inminente.
BANNUS
Por otro lado, existen también otros personajes distintos de los esenios con los cuales se podría comparar a Juan. Puesto que la soledad ayudaba a la oración y al sacrificio en medio de una vida muy austera, muchos hombres sabios y santos elegían el desierto como morada. Por ejemplo, Josefo menciona a un maestro suyo: Habiendo oído hablar de un tal Bannus que vivía en el desierto, contentándose para vestir con lo que le proporcionaban los árboles y para comer con lo que la tierra produce espontáneamente, usando frecuentes abluciones de día y de noche por amor a la pureza, me convertí en émulo suyo . Tal aspereza de vida se asemejaría mucho a la de Juan: Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre (Mt 3:4).
Finalmente el bautismo esenio era sólo un rito de incorporación a la secta para los nuevos miembros y el primero de una continua serie de baños rituales. En cambio, el bautismo de Juan era único y definitivo. En el contexto de su predicación del tiempo final y de la llegada del Reino de Dios, el bautismo hay que entenderlo como la última preparación, como el sello que habría de encontrar en cada uno el Juez que estaba por llegar para ser hallados dignos del Espíritu renovador y no del fuego de la condena.
Las fuentes cristianas presentaron el rito practicado por Juan como un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Mc 1:4). En esto se diferencian del testimonio transmitido por Josefo, para quien el bautismo servía no ya para hacerse absolver de ciertos pecados, sino para purificar el cuerpo después de que el alma había quedado previamente purificada por la justicia. Si bien Marcos y Lucas señalaron como requisito previo el arrepentimiento y la voluntad de conversión manifestados en la confesión de los pecados (Mr 1:5), no negaron que se tratara de un signo eficaz que otorga el perdón. Representaba para ellos una oferta de gracia divina que permitía acceder a la salvación cuando no quedaba ya ninguna oportunidad a través de otros ritos de penitencia u obras de misericordia.
Un bautismo conferido por un hombre y capaz de otorgar el perdón era ciertamente escandaloso. Por eso es comprensible que se haya buscado relativizar posteriormente la eficacia que Juan atribuía a su rito. Así sucede con el silencio de la fórmula para el perdón de los pecados en Mt 3:6, que fue desplazada hacia la última cena de Jesús a través de la sangre de la Alianza que es derramada por muchos para perdón de los pecados (Mt 26:28). Otro tanto sucede con la designación de Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29), puesta en labios del Bautista.
JUAN EL BAUTISTA Y JESÚS.
Entre los que se acercaron a Juan encontramos a Jesús de Nazaret. El bautismo que Juan le administró es uno de los datos más seguros de la vida de Jesús, dada la dificultad que necesariamente debía originar para la comunidad cristiana. Primero por la aparente superioridad del Bautista sobre Jesús, y luego por el perdón de los pecados inherente a la recepción del bautismo y que hacía suponer una conciencia de pecado en Jesús. El hecho que la comunidad cristiana no hubiese omitido en su tradición este episodio es lo que justamente le proporciona más garantías de historicidad. De todos modos la transmisión del relato se encargó también de solucionar las dificultades:
* La pregunta de Juan y la respuesta de Jesús en Mt 3:14-15 podrían haber significado el reconocimiento de parte de Juan que el tiempo de su bautismo había concluido y que había llegado ya el tiempo del bautismo en fuego y en Espíritu de parte de Jesús: "Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?". ¿Por qué, entonces, el Mesías bautizador se haría bautizar, pasando por un pecador más? "Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia?". El "así debe ser" expresado por Jesús sería un adelanto de ese misterioso "es necesario" que se irá repitiendo a lo largo del evangelio al referir la voluntad de Dios respecto a su Mesías, hasta la pasión dolorosa. De todos modos quedaba claro que Jesús recibía el bautismo de Juan como justo y no como pecador.
* Según el cuarto evangelio los pecados con los que Jesús llega al bautismo no son suyos, sino que él los carga de una manera vicaria: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo" (Jn 1:29-30).
*  Si Jesús, a pesar de no necesitarlo, había recibido el bautismo quedaba bien claro que ninguna conciencia de pecado lo había motivado a hacerlo. La tendencia marcadamente apologética presente en estas explicaciones que los evangelistas se consideraron obligados a proporcionar nos lleva a preguntar entonces qué habría llevado realmente a Jesús a encontrarse con Juan. La necesidad de justificar el hecho que Jesús, indigno de quien consideraban como mayor que Juan, podría evidenciar que históricamente Jesús hubiese llegado hasta Juan buscando en él a un maestro. Esa posible relación de discipulado podría deducirse a partir de algunas coincidencias en la doctrina del Bautista y de Jesús y también de algunas notas comunes en la trayectoria de sus vidas, como el grupo de discípulos que los rodeó, la oposición de los dirigentes religiosos y la ferviente adhesión del pueblo. Ambos despertaron esperanzas y reacciones semejantes, y compartieron el mismo destino por orden de las autoridades. Herodes Antipas habría llegado a reconocer en la actividad de Jesús la prolongación de la obra del Bautista: Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado (Mr 6:16). De hecho, Jesús mantuvo la misma firmeza que había llevado a Juan a denunciar el divorcio y posterior desposorio de Herodes con la mujer de su hermanastro aún vivo ( Mr 6:18): Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra ella (Mr 10:11).
Junto a los numerosos bautizados que volvían inmediatamente a su vida cotidiana, hubo otros que quedaban a su lado como discípulos y lo llamaban Rabbí (Jn 3:26). Compartían sus prácticas piadosas como el ayuno (Mr 2,18) y se ponían a su servicio (Mt 11:2). Algunos de ellos dejaron al Bautista y siguieron a Jesús: Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús (Jn 1:37). Y Jesús continuó, al menos por algún tiempo, con la práctica bautismal de Juan: se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; allí estaba con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba (Jn 3:22-23). En su actividad Jesús parece haber tenido aún más éxito que Juan: Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan (Jn 4:1); sin embargo el evangelista no deja de hacer una aclaración que considera importante: aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos (4:2).
Está claro que Jesús sintonizó con la predicación del Bautista y, por tanto, con la fe en el juicio y en la necesidad de la conversión y del bautismo para el perdón de los pecados. Pero a pesar de los paralelos que muestran continuidad entre Jesús y Juan, ambos también mantuvieron diferentes puntos de vista en su predicación. Siendo que la noción judía de Dios abarcaba tanto el aspecto del Dios justo como el del Dios misericordioso, Juan destacó el aspecto del rigor y Jesús el del amor. Juan predicaba el temor al juicio y la oferta salvadora del bautismo; en cambio Jesús acentuó la certeza de la salvación manifestada en la presencia ya actual del Reinado de Dios: Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: 'Vedlo aquí o allá', porque el Reino de Dios ya está entre vosotros" (Lc 17:20-21). De este modo el juicio quedaba aplazado para un futuro desconocido  y así se daba al hombre tiempo para confirmar con buenas obras su conversión.
También eran muy diferentes los estilos de vida asumidos por Juan y por Jesús. Juan era un asceta que llevaba una vida muy austera. En cambio Jesús es interrogado por los discípulos de Juan: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan? (Mt 9:14).
Por otra parte la imagen del Mesías expresada en la predicación de Juan no correspondía con exactitud con el mensaje y las actitudes que Jesús ofreció desde los comienzos de su actividad. Juan evocaba al Juez celestial del mundo y no a un hombre de esta tierra. No es de extrañar, entonces, que Juan haya tenido dificultad para reconocer a Jesús como el Mesías por él anunciado: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? (Mt 11:3). Durante el ministerio del Bautista ya habrían aparecido algunos indicios de aquella oposición que sus partidarios presentarían aún en el siglo II al movimiento originado por Jesús : Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación. Fueron, pues, donde Juan y le dijeron: "Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquel de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van a él (Jn 3:25-26). El libro de los Hechos es también testigo de que, más de veinte años después de la muerte del Bautista, el apóstol Pablo encontró en Efeso discípulos de Juan: Él replicó: "¿Qué bautismo habéis recibido?" -"El bautismo de Juan", respondieron (Hch 19:3).
Tal persistencia de los discípulos del Bautista, a menos que no hubiesen comprendido bien la enseñanza de su maestro, parece indicar que Juan nunca llegó a reconocer a Jesús como al Mesías esperado.
En cambio, la tradición cristiana, que reconocía a Jesús como el Mesías, siempre consideró a Juan como el profeta precursor apoyándose en la valoración que el mismo Jesús había hecho del Bautista. Es lo que muestra el pasaje en el que Jesús preguntaba a sus oyentes qué era lo que los había movido a dirigirse hacia Juan: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salistéis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él (Mt 11:7-11).
Esta valoración de Juan muestra que las diferencias en la predicación de ambos profetas no implicaban necesariamente una ruptura sino, más bien, una nueva certeza de parte de Jesús respecto a la salvación esperada. ¿Cómo llegó Jesús a su convicción? Es posible que Jesús, como muchos otros profetas, tuviera un experiencia vocacional. Jesús habría sustituido el temor al juicio por la certeza de la salvación al intuir como profeta visionario que el mal había sido ya vencido, según una arraigada esperanza de la época: Y entonces se manifestará el reinado de Dios sobre toda la creación, y no existirá ya Satanás, y con él desaparecerá la tristeza . Algunos han visto en Lc 10:18 un eco de esa experiencia: He visto a Satanás caer del cielo como un rayo.

Su carisma para obrar prodigios también pudo haberlo confirmado en esa intuición. Así parece sugerirlo la respuesta dada por Jesús a los emisarios de Juan que le preguntan si él era el que había de venir: Id a contar a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí! (Mt 11:4-6). Jesús remitía a los milagros que ocurrían a su alrededor, sin atribuírselos a su persona. Los milagros obrados en su presencia por Dios, por los discípulos o por él mismo, le habrían convencido de que había comenzado de que había comenzado el tiempo de salvación, de que Satanás estaba vencido y de que él era, tal vez, el que había de venir anunciado por Juan. 

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