PROMESA

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martes, 1 de julio de 2014

BUSCANDO PROFETAS

«Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas. Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?» (Amós 3:7-8).
Estas palabras nos muestran dos cosas importantes: que el Señor se compromete a sí mismo a no hacer nada sin que lo revele a sus profetas, y que los profetas no son una clase especial de personas. Basta que el Señor hable, y todos profetizarán. Así pues, podemos decir que por cada cristiano hay un profeta.
Es de notar que quien dijo estas palabras es Amós, quien, en sus propias palabras, no era profeta, ni hijo de profeta. Sin embargo, él fue y profetizó. (Amós 7:14-17).
Si nosotros miramos el Antiguo Testamento encontraremos que los profetas tenían como principal misión hacer volver al pueblo a las sendas antiguas, al buen camino. (Jeremías 6:16). Ellos se habían extraviado, así que los profetas tenían que hacerles volver al camino recto.
¿Creen ustedes que hay cristianos que han perdido el buen camino? 
Si es así, entonces necesitamos la restauración del ministerio profético. No sólo son necesarios hoy los apóstoles, los evangelistas, los pastores y maestros. También necesitamos a los profetas.
Para los judíos, el buen camino y la senda antigua, era volver a la ley. Para nosotros, el buen camino y la senda antigua es Jesucristo.
 ¡Hay cristianos que han perdido el camino, han perdido a Jesucristo!
 Qué paradoja: en medio de la cristiandad hay cristianos que perdieron a Cristo. En medio de los cultos, de las alabanzas, de las predicaciones, en medio de los encuentros masivos, ¡hay cristianos que han perdido a Cristo!
 El Señor restaure, por tanto, el ministerio profético, para que muchos puedan encontrar lo valioso que han perdido, y desechar lo vano que han hallado. Desechar esa paja, ese oropel inútil, para encontrar, o reencontrarse, con Cristo.
Los profetas antiguos y los profetas de ahora enfrentan algunos peligros. ¿Su seguridad personal? La mayoría de los profetas fueron trágicamente muertos ... Pero no es eso. El mayor peligro que acecha contra nosotros es, como lo fue para ellos, suavizar el mensaje, por conveniencia o por temor. Como aquellos profetas “que han endulzado sus lenguas”, que han acomodado su mensaje. (Jeremías 23:31).
Muchos profetas no querían ser odiosos ni antipáticos. Entonces ellos le predicaban paz al pueblo, aunque sus caminos fueran torcidos. Ellos no miraban por los intereses de Dios: miraban por sus propios intereses. Ese es un problema que afectaba a muchos profetas en el pasado, y a los de ahora también. La gran mayoría de los profetas ‘oficiales’ profetizaban mentiras, para ganar el favor del rey.
¡Cómo se necesita hoy profetas que no busquen congraciarse con sus auditorios, que no busquen hacer ganancia con la palabra de Dios, sino que sean fieles a lo que el Espíritu Santo está hablando! La profecía oficial en Israel fracasó. Y los pocos profetas verdaderos fueron desoídos. ¿Fracasaremos nosotros también?
Todo profeta es un atalaya. Un atalaya es un vigía que se ubica sobre los muros de una ciudad. Él tiene una posición privilegiada. Él ve a la distancia a muchos kilómetros, y también ve cómo transcurre la vida cotidiana dentro de los muros. Está puesto allí para que vea cuando viene el peligro, y advierta a los desprevenidos.
Es necesario que los profetas conozcan las señales de los tiempos. El Señor recriminó a los fariseos, porque ellos sabían cuando iba a llover, o cuando habría buen tiempo, ¡pero no sabían distinguir las señales de los tiempos! (Mt. 16:3). 
¿Cuántos cristianos están reconociendo hoy las señales de los tiempos a la luz de la Palabra, mirando alrededor, en las cosas que suceden?
Hay una reprensión del Señor en Isaías 56:10-11 a los atalayas inútiles. Ellos son atalayas ciegos, ignorantes, dormilones, insaciables. No saben tocar la trompeta. Amados hermanos, que el Señor no tenga que decirnos así a nosotros.
Revisemos el capítulo 1 y 2 de Ezequiel para ver cómo Dios llama a un profeta. Lo primero que ocurre aquí es que Dios se revela a Ezequiel. Dios le muestra su gloria. Hay aquí querubines, ruedas, movimientos extraños... Pero en el versículo 26 aparece un trono y Alguien sentado en el trono. ¿Te suena familiar eso? Ezequiel vio un trono, y a uno sentado en el trono. Y ese que estaba sentado en el trono tenía –dice– una semejanza que parecía de hombre. ¿Podríamos aventurarnos a decir que era el Señor Jesucristo? Tenía una semejanza de hombre. El Padre no tiene expresión física, pero sí el Señor Jesucristo. Así, pues, el Señor Jesucristo se le revela a Ezequiel. Por tanto, lo primero es la revelación que él hace de sí mismo. ¿Cómo podría ir uno a hablar de parte de Dios si nunca ha visto a Dios? Pero si tú lo has visto, hermano, tú puedes profetizar.
Luego, Dios llama al profeta y lo envía a los hijos de Israel: “Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos”. Dos cosas quedan claras aquí: que ellos son rebeldes, y lo otro, que él debe ir pese a ello, para testimonio. El Señor le advierte tres veces a Ezequiel que tal vez no le escuchen (2:7; 3:11). El Señor estaba preparando a Ezequiel, porque se encontraría con dificultades.
Y luego, Dios instruye a Ezequiel para que reciba la palabra de Dios en sus entrañas y en su corazón (3:3,10). Aquí no se dice que tiene que recibirlo con la mente. Es un grave problema cuando la palabra de Dios es objeto de disección intelectual, o cuando acomodamos los pensamientos de Dios a nuestros propios pensamientos. Si hay algo en lo cual debemos ser fieles es en retener la palabra tal cual ha sido oída. Las entrañas y el corazón son ese lugar íntimo, profundo, donde está el espíritu nuestro unido al Espíritu Santo.
Luego tenemos la encomienda para el atalaya, que es tocar la trompeta cuando viene la espada. Si él no toca cuando viene el peligro, es responsable de los que perezcan.
El mensaje del atalaya no sólo va dirigido al impío (Ezequiel 33:8), sino también al justo (33:13). Esto puede ser novedoso. Podríamos pensar que sólo los impíos necesitan escuchar el evangelio. Pero también el pueblo de Dios necesita oír al Señor.
¿Qué le diremos al impío? Según Ezequiel 33, el impío debe ser notificado de que si no se aparta de su maldad, él morirá. Tenemos que notificar a los hombres que su estado actual es de condenación, que van derecho al infierno. Ustedes se habrán dado cuenta que ya no se predica mucho del infierno. No es un tema agradable. Hoy día se predica el evangelio a gusto del consumidor, un evangelio ‘light’. Sin embargo, ellos deben saber que su destino es el infierno, ¡su destino son las llamas eternas!
Siempre estamos hablando del Dios de gracia, del Dios de misericordia. Pero tenemos que decir que viene el día en que Dios manifestará su ira sobre todos los hombres impíos, sobre todos los que hablaron palabras duras contra él. ¿No dicen así las Escrituras? (Judas 15). Nosotros necesitamos llenarnos de valor para notificarle al impío cuál es el fin de su camino, a la vez que le testificamos de la salvación que hay en Cristo Jesús.
¿Cuál es nuestro mensaje a los justos? Hermanos, el gran mensaje que necesita oír el pueblo cristiano es un mensaje que causa extrañeza con tan sólo mencionarlo. ¿Cuál será el gran mensaje que necesita el pueblo cristiano hoy? Éste, que resumimos en una sola frase, tomada de la carta de Pablo a Timoteo: 
“¡Acuérdate de Jesucristo!”. (2ª Timoteo 2:8).
¿Pablo diciéndole eso a Timoteo? Parece fuera de lugar. ¿No era Timoteo un hombre de confianza? Sí, lo era. Pero el tiempo en que él estaba viviendo era un tiempo de apostasía. Comenzaban los cristianos a dispersarse detrás del mundo y de sus huecas filosofías. Entonces Pablo tiene que recordarle a su amado hijo en la fe: “¡Acuérdate de Jesucristo!”. Hoy es lo mismo. Muchos lo están olvidando. Hay programas que lo reemplazan, hay corrientes, hay sistemas, hay tradiciones tan metidas dentro de la cristiandad ¡que Cristo está sobrando! ¡Cristo está de más! Un profeta contemporáneo nuestro dijo en una ocasión: “Cristo es el personaje más indeseable, no sólo en el mundo, sino dentro de las catedrales, en los seminarios, en los ambientes más ortodoxos”.
“¡No te olvides de Jesucristo!”. “¡Acuérdate de Jesucristo!”. Ese es el gran mensaje que tenemos que decir al justo. Pero, claro, decirlo así tan torpe y sencillamente, tal vez no baste. Tal vez haya que ir al detalle y empezar a desmenuzar todas las cosas con que los justos se entretienen y que han dejado fuera a Cristo. Si no, tal vez no lo vean.
También hay una gran advertencia que tenemos que hacer a los justos en este tiempo.
La Escritura dice que hay dos señales que van a ocurrir antes del tiempo del fin y que tienen que ver con los cristianos.
 Una, es que la iglesia va a ser restaurada. La restauración de todas las cosas antes que el Señor Jesucristo venga está anunciada en Hechos 3:21. 
Y la otra señal es la apostasía.(2ª Tesalonicenses 2:3).
 Por un lado, la restauración, y por otro, la apostasía. Los cristianos de hoy caminan como sobre una cuerda floja, la cuerda floja de la tibieza, del relajamiento. A un lado de esa cuerda floja está el abismo de la apostasía, y al otro lado hay un camino estrecho, hay una puerta angosta: la restauración de la iglesia.
¿Se acuerdan de las palabras del Señor sobre la puerta estrecha y la puerta ancha en Mateo 7:13?
 Para los cristianos, el camino ancho es la apostasía. En tanto, la puerta estrecha y el camino angosto es la restauración. Por supuesto, el camino ancho es fácil; en cambio, la puerta estrecha cuesta encontrarla. 
Muchos cristianos hay que no han encontrado la puerta hacia la restauración. Pero cuando uno la encuentra, entonces, el corazón desborda de gozo. Y uno dice: “¿Y cómo es que estuve tanto tiempo esclavizado, sediento?” Ahora ha visto al Señor glorificado y ha visto la iglesia tal como Dios la quiere tener.

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