“Jesús le respondió: —Te digo la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el reino de Dios. Jesús le contestó: —Te digo la verdad, nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de agua y del Espíritu. El ser humano solo puede reproducir la vida humana, pero la vida espiritual nace del Espíritu Santo.”(Juan 3:3, 5, 6 NTV)
Dentro de cada uno de nosotros hay un hambre por ver el mover de Dios, por experimentar a Dios de forma palpable. Hay un deseo profundo de trascender la teoría y conectarnos con la realidad de Dios y su poder.
Ese deseo no tendría que sorprendernos, ya que es el indicador de que hemos nacido a la vida en el Espíritu.
La palabra declara que aquellos que nacimos de nuevo, no hemos nacido de carne y sangre, sino del Espíritu. Por ende anhelamos las manifestaciones del Espíritu, porque hemos sido gestados e incubados por el Padre en una bolsa o vientre espiritual. Anhelamos las manifestaciones del Espíritu porque provenimos del Espíritu.
Esto es por la fe. No es algo explicable desde el punto de vista científico, pero sí sabemos lo que Jesús le dijo a Nicodemo “…a menos que nazcas de nuevo…”, haciendo referencia justamente a este segundo nacimiento.
Para pensar en esto es más adecuada la palabra “alumbramiento”, ya que cuando llegamos a Cristo, por la fe volvimos a nacer y la Luz que proviene de Dios nos invadió y transformo nuestras tinieblas en luz. Todo el que es nacido de nuevo, contiene el ADN Espiritual del Padre, y ese ADN ES SOBRENATURAL.
Hay cosas que deseamos vivir porque somos hijos de Dios. Deseamos ser veraces porque Él es verdadero, justos porque Él es justo y DESEAMOS LO SOBRENATURAL PORQUE EL ES SOBRENATURAL.
Y no importa que no hayamos visto todavía esas cosas, igual las queremos ver porque todo lo que tenga que ver con nuestro Padre y el mundo del Espíritu nos atrae.
El hambre por ver lo milagroso de Dios manifestándose en la Iglesia y por medio de la Iglesia, no sólo es algo GENUINO sino que nunca debería apagarse.
Debemos caminar por este mundo seguidos por las señales del Reino, ya que como dice la Palabra, “las señales seguirán a los que creen” (Marcos 16:17-18).
Pedir y clamar por la manifestación del poder de Dios por medio de milagros y señales es un acto de amor profundo y misericordia hacia los todavía no han creído en Jesucristo, porque las señales seguirán a los que creen, pero los que todavía no creen seguirán las señales. Señales que conducen hacia el Dios vivo y Todopoderoso que tenemos. Señales que ponen en contacto a la humanidad con un Dios Sobrenatural e Infinito.
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