“La palabra del Señor vino a mí: «Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones.» Yo le respondí: «¡Ah, Señor mi Dios! ¡Soy muy joven, y no sé hablar!» Pero el Señor me dijo: «No digas: “Soy muy joven”, porque vas a ir adondequiera que yo te envíe, y vas a decir todo lo que yo te ordene. Luego extendió el Señor la mano y, tocándome la boca, me dijo: «He puesto en tu boca mis palabras. Mira, hoy te doy autoridad sobre naciones y reinos, »para arrancar y derribar, para destruir y demoler, para construir y plantar.»” (Jeremías 1:5-7, 9, 10 NVI)
Vivir en un avivamiento continuo nos impulsa cada día a experimentar nuevos niveles de sanidad en nuestra autoestima y en nuestras emociones. El mensaje del evangelio de Jesús es sanador en sí mismo porque nos habla primeramente de Dios como nuestro Padre quien nos diseñó, nos formó y nos llamó para un propósito. En consecuencia ninguno en esta Tierra es un accidente: tenemos un Padre que nos ama y nos busca con amor eterno. En segundo lugar el mensaje de Jesús es sanador porque nos introduce a la perspectiva del Reino: Dios está haciendo algo y nos llama a trabajar en su plan de salvación y sanidad para todos. ¡Qué privilegio ser instrumentos de su plan!
Cuando creemos en Jesús comienza un proceso de sanidad que nos libera y capacita para vivir en plenitud cada día. Cada nueva etapa exige un nuevo nivel de esa sanidad.
Nuestra batalla es constante y cada desafío nos enfrenta con algunos enemigos internos y externos. Por eso nos inspira tanto la autoridad que se le impartió a Jeremías en su llamamiento, porque ahí vemos que lleva más trabajo “arrancar” y “derribar” que “plantar”. De las seis tareas que debía llevar adelante, cuatro eran destructivas y dos de plantación y edificación.
Debemos ser muy cuidadosos en cuanto a la tarea de edificación de nuestra vida y ministerio, pero mayor cuidado y trabajo debemos emplear en quitar lo malo que nos limita, para así poner los cimientos en Cristo y echar raíces profundas en Él. Tenemos autoridad para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar.
Podríamos decir:
• Arranquemos de nuestra vida raíces de amargura y pecado.
• Destruyamos murallas de división y argumentos en nuestra mente.
• Arruinemos todo plan de maldad.
• Derribemos toda obra del enemigo.
• Construyamos nuestra vida sobre la Roca que es Cristo.
• Plantemos nuestras raíces muy profundas en Él.
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