“Cierta vez, los árboles quisieron elegir un rey que los gobernara, y le dijeron al olivo: “Queremos que seas nuestro rey.” Pero el olivo respondió: “¿Quieren que deje de producir mi aceite, con el que se honra a Dios y a los hombres, para hacerme grande entre los árboles?” Entonces los árboles fueron a hablar con la higuera, y le dijeron: “Ven y reina sobre nosotros.” Pero la higuera les respondió: “¿Y debo abandonar la dulzura de mis frutos, para ir y hacerme grande entre los árboles?” Los árboles siguieron insistiendo, y llamaron a la vid y le dijeron: “Ven tú, entonces, y reina sobre nosotros.” Pero la vid les respondió: “¿Y voy a dejar de producir mi vino, que es la alegría de Dios y de los hombres, sólo para hacerme grande entre los árboles?” Al final, todos los árboles le dijeron a la zarza: “Anímate, y ven a reinar sobre nosotros.”Pero la zarza respondió: “Si en verdad quieren que yo reine sobre ustedes, vengan y busquen refugio bajo mi sombra. Pero si no me obedecen, saldrá fuego de mí y quemará los cedros del Líbano.” (Jueces 9:8-15)
Cuando estamos inmersos en el mover de Dios, nos conectamos con el propósito único y singular con el que nos creó. Comprendemos de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos y qué tenemos que hacer en nuestro paso por esta tierra. Vivir de esta manera nos hace profundamente plenos, nos permite disfrutar de la vida y ser bendición para quienes nos rodean.
En Jueces 9 aparece el relato de una fábula. Era muy común entre los pueblos de aquellos tiempos el uso de este estilo literario en los que actuaban y hablaban objetos inanimados. En este caso, nos aporta una enseñanza muy valiosa en cuánto a estimar la singularidad de cada persona. Ser únicos nos lleva a producir un fruto exclusivo y peculiar que honra a Dios y bendice nuestro entorno. Cuando los árboles de esta fábula fueron a pedir que reinaran sobre ellos, tanto el olivo, como la higuera y finalmente la vid respondieron que no dejarían de dar sus frutos específicos con los que alegraban a Dios y a los hombres. No les interesaba sobresalir ni llegar a ser “grandes” a los ojos del resto si eso les costaba dejar de ser y producir la mejor versión de ellos mismos. Tenían clara su identidad y propósito. El aceite del olivo, la dulzura de la higuera y el vino de la vid, honraban a Dios y bendecían a los hombres. No les interesaba nada más que eso. Sin embargo, la zarza a quien también se le ofreció reinar, mostró una intención muy diferente. Dejó ver su necesidad de sobresalir, su afán de superioridad y dominio sobre el resto, cuando en realidad ella no producía ningún fruto de valor. No hay nada más frustrante que no saber quiénes somos y para qué estamos en este mundo. Cuando andamos sin rumbo, tratamos de ser como alguien más o pensamos que quienes somos o lo que hacemos no es tan importante o significativo como lo del otro.
Cuando el río de Dios fluye y nos zambullimos en él, saca a relucir la mejor versión de cada uno. Dios es glorificado y todo tu entorno es enriquecido y potenciado cuando das lo mejor de vos. Sé vos mismo y producí tu fruto particular y único. No existe mejor expresión que dar lo que uno es y tiene. Al desarrollar tu propósito estarás honrando a Dios, disfrutando de cada uno de tus días y bendiciendo a todos los que te rodean.
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