Hebreos 12:1 dice: “Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante”.
Tiempos de aceleración
Estamos en tiempos de aceleración y avance en el
propósito de Dios. Muchas veces existen impedimentos que debemos remover para
movernos a una mayor velocidad. En los tiempos que vivimos, las circunstancias
adquirieron una escalada rápida. Vemos que esto ocurre en el mundo natural y
también en la dimensión del Espíritu. Sin embargo, al mismo tiempo que se
acelera el mover de Dios en la tierra, existe una aceleración en la
manifestación de las tinieblas. Este es nuestro tiempo para acelerar la
remoción de las cosas que nos impiden avanzar y nos retienen para que no
podamos correr con fuerzas, poder y libertad.
Para
muchos existe una congestión que está impidiéndoles avanzar a la velocidad que
saben que pueden correr en el Señor. En esta carrera existe una intersección
que se acerca, equivalente a una encrucijada. En este cruce habrá una apertura para despegar a gran velocidad,
acelerando hacia el propósito de Dios. Habrá aperturas que verán aquellos que
están en una búsqueda caliente, corriendo la carrera.
Será
como si estuviéramos corriendo a un paso moderado, sabiendo que podríamos ir
más rápido, pero no logramos rodear los obstáculos o las cosas que nos detienen
(sean naturales o puramente espirituales). Sin embargo, en un tiempo kairos,
veremos la apertura y recibiremos el impulso para movernos hacia un lugar más
amplio de libertad y velocidad. Una vez que entremos a este lugar será hermoso,
amplio y fresco, donde podremos correr como si estuviéramos flotando “en el aire”.
Impedimentos internos
Josué 7:2-11 dice: “Josué envió a unos hombres de Jericó hacia Hai, lugar cercano a Bet
Avén, frente a Betel, y les dijo: Vayan a explorar la tierra. Fueron, pues, a
explorar la ciudad de Hai. Poco después regresaron y le dieron el siguiente
informe a Josué: No es necesario que todo el pueblo vaya a la batalla. Dos o tres
mil soldados serán suficientes para que tomemos Hai. Esa población tiene muy
pocos hombres y no hay necesidad de cansar a todo el pueblo”.
“Por esa
razón, sólo fueron a la batalla tres mil soldados, pero los de Hai los
derrotaron. El ejército israelita sufrió treinta y seis bajas, y fue perseguido
desde la puerta de la ciudad hasta las canteras. Allí, en una pendiente, fueron
vencidos. Como resultado, todo el pueblo se acobardó y se llenó de miedo. Ante
esto, Josué se rasgó las vestiduras y se postró rostro en tierra ante el arca
del pacto del Señor”.
“Lo
acompañaban los jefes de Israel, quienes también mostraban su dolor y estaban
consternados. Josué le reclamó a Dios: Señor y Dios, ¿por qué hiciste que este
pueblo cruzara el Jordán, y luego lo entregaste en manos de los amorreos para
que lo destruyeran? ¡Mejor nos hubiéramos quedado al otro lado del río! Dime,
Señor, ¿qué puedo decir ahora que Israel ha huido de sus enemigos?”.
“Los cananeos
se enterarán y llamarán a los pueblos de la región; entonces nos rodearán y nos
exterminarán. ¡Qué será de tu gran prestigio! Y el Señor le contestó:
¡Levántate! ¿Qué haces allí postrado? Los israelitas han pecado y han violado
la alianza que concerté con ellos. Se han apropiado del botín de guerra que
debía ser destruido y lo han escondido entre sus posesiones”.
El
ejército de Josué había sido derrotado ante sus enemigos. Estaba postrado sobre
su rostro preguntándole al Señor “¿por
qué?”. Dios le respondió diciéndole: “¡Levántate! Hay pecado en el campamento. Por esta razón
fueron derrotados”. Esto
representa otro tipo de impedimento que sólo se puede remover purificando
nuestros corazones ante Dios. No podemos servir a dos amos, porque
Dios nos cela. Seremos derrotados si nuestros corazones no son puros ante Él.
Cuando nuestros corazones son puros, la autoridad de Dios nos puede respaldar.
Podemos hablar en su Nombre, conociendo que nos dará la victoria.
Usando la vara de Dios para dividir las aguas
Éxodo 14:11-16 dice: “Entonces le reclamaron a Moisés: ¿Acaso no
había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto?
¿Qué has hecho con nosotros? ¿Para qué nos sacaste de Egipto? Ya en Egipto
te decíamos: ‘¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los egipcios!’ ¡Mejor nos
hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto!”.
“No
tengan miedo, les respondió Moisés. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo
serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A
esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos,
que el Señor presentará batalla por ustedes. Pero el Señor le dijo a Moisés:
¿Por qué clamas a mí? ¡Ordena a los israelitas que se pongan en marcha! Y tú,
levanta tu vara, extiende tu brazo sobre el mar y divide las aguas, para que
los israelitas lo crucen sobre terreno seco”.
Cuando
miramos la historia de Moisés donde lideró al pueblo de Israel hacia el Mar
Rojo, parecía que iban hacia su destrucción a manos del ejército de Egipto.
Moisés comienza hablando acerca de las maravillas que Dios iba a hacer. En
medio del discurso, Dios lo interrumpió y le dijo: “¿Qué estás haciendo? ¡Toma la vara y extiéndela sobre las aguas!”. Para
nosotros es importante orar y clamar, pero hay un tiempo donde debemos dar una
orden, usando la “vara de la
autoridad” que Dios nos impartió. Dios le dijo a Moisés que
dividiera las aguas. Existen impedimentos que necesitaremos ordenar su
remoción. No podemos sentarnos de una manera complaciente y apática.
Extienda
la vara de la autoridad de Dios y parta las aguas, removiendo los impedimentos
que no lo dejan correr a toda velocidad.
Permita
que la profundidad de su corazón clame a Dios.
John y Brandi Belt
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