PROMESA

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lunes, 18 de agosto de 2014

LLAMANDO A LOS PROFETAS


Nadie por decidirlo, o desear serlo, puede convertirse en profeta. Uno no puede heredar el manto de un profeta; no puede ser dado por una persona a otra, aunque un individuo puede ser el instrumento del Señor para tal cosa. No hay modo en que un individuo pueda convertirse en profeta por medio de la carne (lea Mateo 22:14).

Eso no sólo es cierto de los profetas, sino también de convertirse en cristiano. Juan escribió: "Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:13). Muchos han pensado que podrían escoger acudir a Dios en su propio momento. No pueden hacerlo. Nadie puede hacerlo. Acudimos a Dios cuando Él nos llama, o no acudimos en absoluto. Somos nacidos de nuevo del Espíritu, no por ningún hombre. Si lo escogemos a Él, lo hacemos solamente cuando Él nos ha escogido y llamado.
Tal elección es mucho más difícil para el profeta. Un individuo no sólo no puede convertirse en profeta a menos que Dios lo llame, sino que puede convertirse en profeta sólo al responder en obediencia cuando Él lo llama, como Él lo llama, y en un reconocimiento confirmado dentro del Cuerpo de Cristo. Probablemente, le serán necesarios no menos de 12 años. Pablo pasó al menos 14 años de disciplina y formación (Gálatas 2:1).
El llamado de un profeta es dado solamente por el Señor. Fue su Espíritu Santo quien llamó y habló por medio de cada profeta del Antiguo Testamento (Hebreos 1:1). Siguió siendo igual en los tiempos del Nuevo Testamento y sigue siendo así en la actualidad, aunque existe una diferencia. Ahora, el llamado del profeta debe ser independientemente confirmado por el Señor por medio del Cuerpo, y ese Cuerpo debe sostener y mantener al profeta tanto en su formación como a lo largo de su ministerio. Parece que el pueblo no confirmaba el llamado de un profeta en el Antiguo Testamento. El profeta del Antiguo Testamento estaba por encima de todos los demás. El profeta del Nuevo Testamento no sólo es llamado dentro del Cuerpo, sino que también todo el Cuerpo se basa sobre el fundamento de apóstoles y profetas (Efesios 2:20).
El llamado de un profeta normalmente, pero no siempre, incluye su descripción de trabajo. Así sucedió tanto con Jeremías como con Isaías. El llamado de Ezequiel, sin embargo, no contiene su descripción de trabajo. Ezequiel fue único. En él, la profecía entró en una nueva dimensión. Ezequiel realizó actos especiales que no eran meras señales como habían sido con Isaías, Jeremías y Oseas, por ejemplo, sino el "soportar una carga" por la casa de Israel.
Ningún profeta antes de Ezequiel había llevado conscientemente el pecado del pueblo. Esto fue tanto un preludio como una preparación para la cruz. Ezequiel fue llamado "hijo de hombre"; se convirtió en un título mesiánico porque Ezequiel inició el llevar la carga que fue central para la eficacia de la cruz. Jesús se identificó a sí mismo con esa nueva tarea comenzada por Ezequiel. Sería su principal propósito para venir a la tierra: hacerse pecado por la humanidad y morir en nuestro lugar. Sin embargo, esa misión de ser el iniciador de llevar la carga no estaba contenida en el llamado de Ezequiel. A veces, el Señor incluye la descripción de trabajo del profeta en su llamado, y otras veces no lo hace.
Aunque el Señor es un Dios de principios, Él intencionadamente ha hecho que esos principios vayan contracorriente unos con otros para que no podamos reducir la vida a ser manejada por completo ni tampoco perder la espontaneidad de la continua sorpresa en Él. Siempre que pensemos que tenemos vida contenida en términos predecibles, Dios desbaratará nuestros elaborados moldes. Lo que establecemos como principios bíblicos a ser observados por el Cuerpo, son la regla general para su seguridad; pero ninguno de ellos limitará a Dios. Él, que da vida por medio de una virgen y trae victoria definitiva para la vida por medio de la muerte, no se detendrá ante nuestro entendimiento sobre cómo funciona la vida.
Los principios son para seguridad, a fin de que no haya confusión, sino orden, en la vida del rebaño. Sin embargo, debemos recordar que Jesús es nuestro orden y seguridad, y no esos principios. Nuestra seguridad nunca está limitada a recordar qué regla se aplica dónde. No somos dependientes del conocimiento ni salvos mediante él. Somos salvos mediante la persona de nuestro Señor Jesucristo. A Él nos referimos constantemente, y no meramente a la Palabra escrita por Él y sobre Él. Así, queremos conocer y observar, hasta donde podamos, sus ordenanzas para el llamado de un profeta, pero con humildad, por si Él invoca algún principio alternativo que esté por encima de nuestro entendimiento. Quien piense que esto es demasiado ligero y confuso tiene razón, porque no debemos primeramente seguir el conocimiento o el principio, sino que siempre debemos depender de un Señor cuyos pensamientos no son nuestros pensamientos.
Ese es el camino de un profeta Elías. Él debe mantener a hombres y mujeres en la Palabra, y luego aplastar la Palabra sobre ellos, para que Cristo pueda ser todo en todos. Uno debe haber aprendido que no necesita otra cosa sino a Jesús antes de poder continuar andando como un profeta Elías. Cuando permanezcamos claros en Él, y sólo en Él, y no en algún principio o ley, entonces nuestra paz es segura (Isaías 26:3).
El llamado de un profeta
Los profetas son llamados de distintas maneras, en momentos diferentes y bajo circunstancias diferentes. "Era Moisés de edad de ochenta años, y Aarón de edad de ochenta y tres, cuando hablaron a Faraón" (Éxodo 7:7). "Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán"(Génesis 12:4).
Samuel, sin embargo, era sólo un niño que dormía sobre el piso del templo cuando Dios lo llamó (1 Samuel 3:1-10). Jeremías no sólo era un niño (Jeremías 1:6), sino que también fue llamado y ordenado desde antes de su nacimiento (v. 5). Juan el Bautista fue anunciado antes de su concepción (igual lo fue Isaac, en Génesis 17:16) y fue también lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento (Lucas 1:13, 15).
El llamado del Señor puede llegar sobre un individuo directamente, al hablarle el Espíritu Santo a él mientras escucha; o puede llegar por medio de otra persona, como Elías llamó a Eliseo (1° Reyes 19:19). Puede llegar mientras se está despierto o dormido, por visión, sueño o conversación interior. Samuel estaba dormido, pero fue despertado y oyó al Señor. José fue llamado a aceptar a María mientras dormía (Mateo 1:20). Isaías estaba en el templo, parece que en su servicio regular como sacerdote, porque parecía estar dentro del lugar santo cuando tuvo su visión (Isaías 6).
El Señor no ha cambiado. Él llama a sus siervos de cualquier manera que escoja, aunque con más frecuencia por medio de visiones o sueños. Pablo fue derribado al suelo en una visión (Hechos 9:3-4). Juan, el amado, fue llevado al cielo para darle la visión del profeta de escribir el libro de Apocalipsis (Apocalipsis 1:1-3, 9-10). En Hechos 10, Pedro fue guiado a una nueva misión por medio de un "trance" estando medio dormido, medio despierto. Cornelio, en el mismo capítulo, fue guiado por una visión. Deuteronomio 13 habla de un profeta como un "soñador de sueños".
Alguno puede tener algún otro oficio y ser ascendido al oficio de profeta. Bernabé, Simeón, Lucio, Manaen y Saulo (Pablo) eran maestros y profetas cuando el Espíritu Santo ordenó que Bernabé y Pablo fueran apartados para el oficio de apóstoles (Hechos 13:1-3). Así, se cumplió la palabra del Señor.
Con frecuencia, los pastores y maestros son elevados para convertirse en profetas, y los profetas para convertirse en apóstoles. Al hacerlo, ellos no siempre abandonan su oficio anterior. Sin embargo, un profeta, cuando es llamado, puede ser un maestro, sanador, exortador o evangelista. Puede cumplir cualquier función que esté por debajo de él en autoridad. A pesar de ello, puede que no actúe como apóstol. Un apóstol puede actuar en cualquier posición dentro de la iglesia.
¿Cómo reconoceremos el llamado de Dios en nosotros? Con frecuencia, es después de que el llamado se haya aclarado, cuando la mente ve cómo incidente tras incidente en nuestras vidas, como filas de fichas de dominó que caen, fueron sucediendo hasta llegar a ese momento. La disciplina de Dios no llega a menos que persistentemente hayamos ignorado su voz, ya sea consciente o inconscientemente. Dios nos dará señales claras y regresará, una y otra vez, con paciencia. Él nos conoce lo suficientemente bien para comenzar con mucho tiempo.
Una vez que hayamos oído, Él confirmará el llamado mediante señales personales y luego mediante otras personas. No todas las confirmaciones llegan de miembros de su Cuerpo. El Señor ha utilizado con frecuencia a ángeles como sus mensajeros para nosotros. Personas extrañas y no creyentes han sido utilizadas para decirnos cosas, de las cuales ellos no conocían su profundidad. Este tipo de cosas es frecuente entre el pueblo del Señor. El Señor a menudo me guía y me reprende mediante la boca de niños (Salmo 8:2). El Señor puede hablar por medio de cualquier persona o cosa para confirmar su mensaje a sus profetas.
Disciplina y formación
La formación de un profeta del Antiguo Testamento se realizaba poniéndolo bajo el cuidado y la disciplina de un profeta más viejo. Las lecciones no eran sesiones formales en aulas de clase, aunque los profetas a veces literalmente se sentaban a los pies del maestro. La enseñanza más contundente se producía siempre que incidentes en la vida proporcionaban una oportunidad. El programa de televisión de la década del setenta Kung Fu, retrataba el modo en que los sabios de oriente eran en realidad formados. La vida era el maestro; y el maestro, el ayudante.
Aunque hay unas cuantas oportunidades hoy día para entrar en el ministerio profético, los profetas, en la actualidad, siguen siendo formados principalmente por el Señor Jesucristo mismo por medio de su Santo Espíritu. Su formación se produce tanto en la vida como en el salón de clase. Por consiguiente, cuando hablamos de una escuela para profetas, nos referimos solamente a ese tipo de terreno formativo que puede preparar la Iglesia en general para entender y alimentar a los profetas emergentes que hay en medio de ella. El Espíritu Santo es el maestro, quien levanta a sus profetas. Él ya no los separa para que se sienten bajo un maestro, como en el Antiguo Testamento. El profeta ahora es una parte integral dentro del Cuerpo; el Cuerpo se convierte en su matriz y lugar de formación. Muchos profetas se pierden su llamado o no entienden su formación por la falta de apoyo de la Iglesia. La Iglesia necesita reconocer a sus profetas y proporcionar el entorno en el cual ellos puedan madurar.
Es difícil reconocer a un profeta en ciernes. Sin embargo, hay pistas que deberían alertar a los ancianos. Grandes tragedias pueden señalar una especial preparación de Dios en una vida. Las personas que son soñadoras y visionarias, al recibir el Espíritu, deberían ser observadas, porque entre ellas puede haber un profeta. Quienes llevan la carga, o quienes con frecuencia se identifican a sí mismos con las cargas de otros, pueden ser profetas en formación. Quienes tienen dones de enseñanza pueden ser escogidos por el Señor para profetizar. Pero estas son sólo indicaciones. Nada puede ser conclusivo aparte del llamado y la confirmación del Espíritu Santo.
Un pastor puede ser o no un profeta. Un profeta puede ser o no un pastor. Pero es casi imposible llevar ambos sombreros al mismo tiempo. Un pastor necesariamente debe tener al rebaño en su corazón de una manera especial. No debe alimentar a su rebaño en aguas rápidas o exponerlo a lo que aún no puede asimilar. Sin embargo, el profeta con frecuencia es llamado a hacer precisamente esas cosas. El profeta debería entender cómo lo que él dice afectará al pastor, pero eso no debe silenciarlo. Si ambos llamados están en un sólo corazón, esa persona casi se ve partida en dos.
Dios puede tocar a cualquiera. Pero, con frecuencia, es difícil ver a quienes toca, porque el Señor a menudo los esconde. Moisés estaba oculto entre los juncos y luego en la casa de Faraón. Jesús tuvo que ser ocultado en Egipto. Tanto nuestra carne como Satanás destruirían a los elegidos de Dios si fueran descubiertos demasiado pronto. Por tanto, cuando el Espíritu revela a un profeta en ciernes, la Iglesia debería estar alerta y preparada para protegerlo.
John Loren & Paula Sandford

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