PROMESA

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martes, 13 de agosto de 2013

DIVIDE Y REINARAS


Si se le pregunta a un pastor a qué le teme más dentro de su congregación, seguramente le dirá que a una división. La historia de iglesias divididas es tan abundante y tan triste, que no parecería haber otra instancia capaz de superarla. Una congregación alegre, bulliciosa, con una excelente banda de música que hace que la alabanza y la adoración suene a música de ángeles, gente solidaria, mensaje sólido, crecimiento sostenido, misioneros por el mundo, programas de radio y televisión propios muy escuchados y, de pronto, el cataclismo y la división; la mitad de la iglesia se queda y la otra mitad se alquila una sala en la calle siguiente y es como si dejaran atrás un culto umbanda. División.
Ahora bien; hoy vamos a repasar las causas y los pormenores de cualquier división, así como tratar las responsabilidades humanas que pueden caber en cada una de ellas. Ya sabemos que la palabra DIVISIÓN es una palabra compuesta. 
Tiene a DI, que significa o implica “doble”, “separado” y VISION, que como todos sabemos, es en términos generales y más allá de lo literal que tiene que ver con uno de los cinco sentidos, la Vista, la percepción más o menos clara de un determinado objetivo.
De esa misma concepción gramatical salen otras palabras que también tienen que ver con separaciones: Di-símil, que significa algo así como dos cosas parecidas pero separadas. Di-visión, por lo tanto, implica necesaria y simplemente, dos visiones. Que podría darse el caso que no fueran decididamente opuestas entre sí, pero que generalmente sí lo son. Hay estructuras denominacionales indiscutidas, respetadas y con sumo prestigio, que aceptan diferentes visiones en su seno en el marco de una democracia implantada dentro de un reino monárquico. Hay, en otras, absolutismos que llevan a expulsar gente de las congregaciones simplemente por no compartir la visión pastoral. Quiero decirle que ambas son total y absolutamente antibíblicas.
Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Lucas 11: 17
En el evangelio de Mateo, el mismo suceso es relatado agregando la palabra “Ciudad” a casa dividida y “no permanece”, a continuación de “cae”. 
Yo todavía no logro saber por qué, este pasaje, es tomado para la enseñanza clásica, solamente para el reino de las tinieblas y la guerra espiritual. Es muy cierto que de eso es de lo que se habla en todo el contexto, y no menos cierto es que a eso es a lo que se refiere puntual y específicamente, pero tanto o más real es, todavía, que Jesús no dice en ningún momento que si está dividido el reino de Satanás no permanecerá. Dice que TODO reino, que TODA casa y que TODA ciudad dividida se cae. Y yo aprendí hace ya mucho tiempo que, cuando la Biblia dice TODO, inexorablemente esa expresión significa, en este único lugar, precisamente eso: TODO.
 Todo y nada, siempre y nunca, son terminologías eternas, y como tales, sólo pueden ser utilizadas por la Palabra del Dios eterno. Bajo ese prisma es que vamos a ver lo que sigue:
Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí mismo; conforme a la abundancia de su fruto multiplicó también los altares, conforme a la bondad de su tierra aumentaron sus ídolos.
 Está dividido su corazón. Ahora serán hallados culpables; Jehová demolerá sus altares, destruirá sus ídolos.Oseas 10: 1-2
Fíjese aquí un importante detalle a tener muy en cuenta. Un corazón dividido, que es como decir un alma partida al medio con dos visiones de una misma vida, es el resultado, entre otras cosas, de la fabricación desobediente e innecesaria de altares para un sacrificio que ya fue hecho; blasfemia. Aumento de sus ídolos, que es todo aquello que nuestra alma pone en su consideración por delante de Dios, no sólo estatuas, como muy ligeramente acostumbramos a interpretar para tranquilizar nuestras conciencias. Y dice el Señor que, quien esto haga, culpable es.
¿Ha puesto usted, su casa, su trabajo, su vehículo, 
su denominación o su mismo ministerio por delante de Dios? 
Culpable. 
¿Ha puesto usted, mi amado pastor, su prestigio, su posición,
 su congregación quizás, por delante del Dios al que dice representar? 
Tan culpable como aquel otro hermano
Ambos tienen un corazón dividido y, obviamente, caerán. Nadie puede seguir creyendo, sin base ni sustento, que pueden llegar a tener evaluaciones, juicios y sentencias diferentes. Eso, de alguna manera, no es nada más que una vanidad posicional y jerárquica. Pero ¡Dios es justo! Jamás lo olvide.
Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos.

Mas los judíos que no creían excitaron y corrompieron los ánimos de los gentiles contra los hermanos.
 Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios.
 Y la gente de la ciudad estaba dividida; unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles. Hechos 14: 1-4
Yo quiero que puntual y específicamente, usted tome debida nota del texto y las implicaciones  de este pasaje, ya que si lo mantenemos fresco en nuestro entendimiento, nos va a ser de mucha utilidad más adelante, para entender otras escrituras que generalmente se han enseñado alteradas, tergiversadas o adulteradas a gusto de cada “consumidor”.
Lo primero que es totalmente visible, es que ellos no se encerraron en una actitud sectaria, entre cuatro paredes, a desarrollar la nueva enseñanza para unos pocos, despreciando de ese modo a todos los que todavía comulgaban y compartían con la religión oficial y estructurada. Aquí dice que fueron a la sinagoga, es decir: ¡Al propio campo de la religión a hablar de Cristo. Y añade que creyeron muchos, (Una gran multitud) a partir de un muy curioso detalle: “Porque ellos hablaron de tal manera”. Es notable, pero este es el término utilizado en Juan 3:16 cuando dice que “De tal manera amó Dios al mundo”. Entonces bien vale la pregunta: ¿Qué será “De tal manera”? Podemos encontrar muchas respuestas, pero a mí se me ocurre una en especial: Una manera avalada por la unción y que, por ese motivo, no se parecerá jamás a ningún discurso de hombre por mejor elaborado que este sea.
¿Y cuál fue el problema que tuvieron? Los incrédulos. Pero mucha atención; no los incrédulos de la calle, no de ese mundo delincuente, comerciante o soldados. ¡Incrédulos de adentro! 
Gente que formaba parte lineal y legal de la sinagoga. ¿Se pusieron, entonces, a debatir ideas teológicas? ¡No! ¡En absoluto! Ellos no perdieron su tiempo en estériles polémicas sobre lo que, sabían muy bien, no había ni para empezar a dialogar. Entonces se las ingeniaron: comenzaron a darle “rosca” a los demás, a azuzarlos, a procurar enfrentarlos con los discípulos. ¿Cómo? Con la “legalidad”. ¡Son unos herejes! ¡No están avalados por el concilio! ¡No tienen cobertura oficial! ¡No los oigan! ¡Llévenlos presos! ¡Mátenlos!
¿Y cómo se defendieron ellos? No entrando en ningún debate, no discutiendo doctrina. Simplemente, dice aquí, hablando la palabra con denuedo. ¿Y qué es hablar con denuedo? Pues hablar con convicción, con fuerza, con autoridad. ¿Eso es todo? No. Porque el denuedo no es una virtud humana, sino una de las señales fuertes y visibles, conjuntamente con las lenguas, que el Espíritu Santo produjo en Pentecostés. ¿Y qué determina el denuedo? Que se habla la palabra sin contaminación humana, sin adulteración filosófica ni psicológica. Todo Dios, toda unción.
¿Y cuál fue el resultado de todo esto? El que en el marco de toda la Biblia se deja en evidencia ante la predicación de la palabra. Dios dijo presente y confirmó debidamente la validez de lo que se estaba predicando. ¿Y como lo hizo? ¡Como lo ha hecho siempre! Concediendo que se hicieran, por las manos de ellos, señales y prodigios. ¿Qué significa esto? Simple: que las señales y prodigios del poder de Dios serán manifestados por cualquier hombre o mujer que reúna un solo requisito fundamental: estar predicando la Palabra auténtica, real, genuina, sin adulteraciones o contaminaciones de hombre. ¿Entiende ahora por qué son tan escasas las señales y prodigios en nuestras congregaciones actuales? ¿Y qué sucederá luego como consecuencia de esto? Habrá división, Es histórico.

Ahora bien; ¿Cómo compatibilizamos, entonces, la estricta y lógica validez que surge de esta división con la otra palabra, la que dice que ningún reino dividido prevalece, sino que se cae? En que no es una división entre auténticos y genuinos creyentes por causa de alguna diferencia en una interpretación bíblica, o por alguna manera diferente en manifestar la adoración. Es una división obvia entre creyentes e incrédulos, que es algo total y absolutamente distinto. Porque no es una misma visión (Univisión) diferenciada por aspectos específicos, puntuales y determinados, sino dos visiones (Di-visión) totalmente opuestas y enfrentadas: los que creen y los que, estando juntos con los que creen, en realidad no creen. ¿Se anima usted a adelantar de qué lado se pondrá Dios?


 Fuego vine a echar en la tierra; ¿Y qué quiero, si ya se ha encendido? (Es como si estuviera diciendo: ¿Qué quieren que le haga si el fuego del Espíritu que vine a traer ya está encendido?)

 De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡Cómo me angustio hasta que se cumpla! (Jesús, aquí, tal como se puede confirmar en Marcos 10:38 y Juan 12:27, se está refiriendo a su muerte en la cruz.)
 ¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: no, sino disensión.
Porque de aquí en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres.
 Estará dividido el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra.
Lucas 12: 49-53
El Espíritu Santo que acompaña, avala y reviste a Jesús, es el factor esencial en la división entre los que creen y los que no creen, más allá de lo que digan o hagan. Una vez más, aquí, parecería haber una contradicción. Porque Jesús dice, por una parte, Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da y nos deja la convicción y la certeza de que Él es, precisamente, portador de paz. Pero resulta ser que aquí, Él mismo dice que no vino a traer paz sino disenso. ¿Cómo es? ¡Es tan simple!
Cristo, cuando entra como Salvador personal y Señor en la vida de alguien, efectivamente, trae esa paz que sobrepasa todo entendimiento. Pero, al mismo momento, enfrenta a aquellos que han sido tocados con su divina esencia con los que lo han visto llegar. ¿Por qué ese disenso? El evangelio de Mateo 10:34 tiene la clave. En esta misma alusión, aquí no habla de disenso, sino de espada. Y la única espada portada por Jesús fue y es la de la Palabra. La Palabra, es la que trae división, dos visiones y disenso, que es lo contrario a consenso, que es unidad. En suma: Jesús no ataca las relaciones familiares, pero indica que ninguna atadura terrenal, no interesa lo íntima que sea, debe impedir la total entrega a Dios. 
Esto ha sido así, como podemos ver, desde el principio, por los siglos de los siglos y hasta nuestros mismísimos días, un común denominador en nuestros distintos círculos cristianos. Tomemos un ejemplo habitual. Surge la pregunta global a la asamblea, que es la iglesia global. ¿Qué importancia vamos a darle al Espíritu Santo? Alguien, seguramente y con suma rapidez va a responder: ¡La que tiene, hermano! ¡Él es quien lo mueve todo! ¡Por su poder la iglesia es la iglesia y por su unción la Palabra es la Palabra! Allí es donde, también con seguridad, saldrá alguien a disentir con lo dicho: ¡No! ¡No estoy de acuerdo! ¡Es verdad que hay que darle al Espíritu Santo el lugar que le corresponde, pero ese lugar es el tercero! ¡No puedo admitir que se enfatice en lo que no está enfatizado! ¿Qué quieren, que después la gente se nos vuelva ultra mística y nadie quiera obedecer a nadie si no lo guía el Espíritu Santo? ¡Esto se va a transformar en una anarquía total! ¡Ah, no! ¡Con eso no podemos estar de acuerdo!
¿Se fijó que en la última expresión aquel que saliera al cruce a disentir, ya ha hablado en plural? ¿Sabe por qué? Porque siempre sucede en estos casos, cuando alguien sale a rebatir una expresión de otros, lo hace mirando hacia todos lados buscando asentimientos, consenso. Entonces ya no será uno el que está en desacuerdo, serán varios. Allí es donde aparecerán los primeros o estos mismos últimos y dirán: ¿No hay acuerdo? Bueno; está bien; entonces nosotros para allí y ustedes para acá y que Dios los bendiga, hermanos! Listo. Final. La asamblea ya está dividida y desde esa división, jamás prevalecerá. Ni los unos ni los otros. Ni los que poseen la razón ni los equivocados. ¿Sabe usted cuántas iglesias, que digo iglesias, cuántas denominaciones han surgido de sucesos similares? ¿Las ha visto usted prevalecer o sólo subsistir? Mire como entiende Pablo este asunto:
(1 Corintios 11: 17)= Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor(¡Huau!) sino para lo peor (¡Re-huau! Si conoce usted algún grupo o congregación que se reúnen con fines contrapuestos con el evangelio, entienda que no son monstruos inventando un pecado nuevo, sino la prosecución de la historia. Ya ha sucedido antes.)
(18) Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. (Pablo se queja de esto, pero más adelante dirá que Dios usa esas divisiones para dejar en evidencia quién anda en su Espíritu y quien anda en la carne. Sin embargo, a la hora de aconsejar, no vacila)
(1 Corintios 1: 10)= Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.
Este es el único caso de división no ya conceptual, espiritual o filosófica, sino por simple ambición personal. Las luchas por los poderes constituyen una de las actividades satánicas dentro de las congregaciones que mayor rédito le ha dado a Satanás. El setenta por ciento de esas congregaciones se han visto divididas primero y disgregadas luego, a partir de dos o más visiones distintas, a veces opuestas, entre los que mayor predicamento ostentan dentro.
Hay algo que jamás logró entrar en mi cerebro con entidad suficiente como para ejercitar comprensión de tan incoherente que me resulta.  Mire como lo ve Isaías, ya, en aquel su tiempo ministerial.
(Isaías 59: 1)= He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír, (2) pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.
La división siempre va a partir desde la iniquidad. Entonces; ¿Esto significa que cuando alguien llega a una congregación y, por algún motivo, comienza a ser factor de que esa congregación evidencie una doble visión, ese alguien hay que entender que es un inicuo? No necesariamente. ¿Cómo que no? Si aquí dice que... Sí, ya veo lo que dice; dice que nuestras iniquidades causan división. Pero de ninguna manera dice que la iniquidad la traiga quien ha llegado, muy bien pudo haber estado incorporada desde antes y, al llegar alguien con integridad espiritual, moral y ministerial, se manifiesta y produce división.
Hay algo que es contundente. Cuando en una congregación no se manifiesta nunca el poder de Dios de alguna manera, allí hay algo que no lo permite. ¿Y qué puede ser obstáculo para que la Presencia no se manifieste? Muchos, pero en lo concreto, podemos definirlos en tres muy precisos:
 1) Pecado.
2) Incredulidad. 
3) Desobediencia. 
Si una congregación contiene alguno de estos tres puntos, o dos, o todos, es indiscutible: allí hay algún grado de iniquidad. Y si llega usted, el Espíritu se lo muestra y lo dice: muchos van a coincidir porque les había sido revelado, pero los inicuos porfiarán y tratarán de defender con uñas y dientes lo que han conseguido desde el punto de vista jerárquico o posicional. Entonces batallarán y agredirán, llevando las cosas, indefectiblemente, a una división.
(Romanos 16: 17)= Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos.
Haga este ejercicio. Tome un tema cualquiera; uno de esos que han causado polémicas o debates. Busque todas las escrituras que hablen de eso. Recurra a un diccionario cuando no entienda bien alguna palabra. Si cierto texto le suena incoherente, trate de buscar el significado verdadero en los originales. No siempre se dice lo que Dios mandó que se dijera. Con todo visto y leído, entre en un tiempo de oración y, si es necesario también de ayuno. En un lapso muy breve, el Espíritu Santo le mostrará las cosas tal cual son y no como los hombres pueden suponer o presionar para que sean.
Ahora complete el ejercicio. Observe. El Espíritu le ha de mostrar con claridad y confirmación de dos o más testigos (Personas o Palabra)  qué es lo que enseña al respecto su denominación. Si también es erróneo, alguien va a tener que enseñar lo genuino por amor a los hermanos. Cuando usted comience a hacerlo, seguramente eso va a traer divisiones, pero ánimo, porque la iniquidad, en este caso, no está de su lado.
(Tito 3: 9)= Pero evita las cuestiones necias, (Vamos a ver: ¿Oramos de pie, sentados o de rodillas? ¿Oramos con los ojos abiertos o cerrados? ¿Levantamos las manos para cantar o podemos dejarlas en los bolsillos en invierno? Cuestiones necias.) y genealogías y contenciones, y discusiones acerca de la ley; porque son vanas y sin provecho.

(10) Al hombre que cause divisiones, (Recuerde: habla del inicuo, el que no está conforme a la voluntad de Dios tenga el cargo o posición que tenga, no habla del que presenta una palabra clara y revelada) después de una y otra amonestación, deséchalo.

Muy bien; ¿Y cómo hace el miembro de una congregación que ha accedido a una palabra REMA, para amonestar a un líder equivocado, por ejemplo? ¡No hermano! ¡No corresponde! ¿Cómo que no corresponde? ¿Y qué hacemos con esa palabra de someternos los unos a los otros y ministrarnos los unos a los otros? ¡Pero es que él es el siervo! Por el momento y en este caso específico, es el designado, el nombrado, el elegido o el ordenado por otros hombres, pero siervo, mi hermano, siervo, es aquel que hace la voluntad de Dios, no la suya.

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