PROMESA

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martes, 4 de noviembre de 2014

LLUVIAS DEL ESPÍRITU SANTO

Y conoceremos, y proseguiremos en conocer al Señor; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra. Oseas 6:3

Las lluvias tempranas solo duraban unos pocos días, quizá hasta una semana, pero eso era justo el tiempo y la cantidad necesaria de agua que la tierra necesitaba para comenzar a ser arada. Por lo regular eran ligeras, pero el efecto en la tierra de esa primera lluvia del ciclo agrícola era absolutamente milagroso. Gracias a lo nutrido y humedecido que quedaba el suelo, poco más adelante, luego de haberla arado y sembrado correctamente, comenzaban a surgir los primeros brotes tiernos.

La tierra de Israel, endurecida y agrietada por el verano desértico (Jeremías 14:4), ante los asombrados ojos de los hombres, literalmente volvía a la vida. Las lluvias tempranas, eran la más milagrosa y amorosa manifestación Divina de aquellos días (Joel 2:23-24).

Todos esperaban con ansia el cumplimiento de la promesa de las lluvias (Santiago 5:7). Para cuando éstas llegaban, ya se tenían listos tanto implementos como asadón, arado, etc., como también bueyes y asnos. Toda la familia del agricultor participaba en la siembra, que se comenzaba de inmediato.

Aunque las lluvias tempranas caían entre nuestros meses de octubre y noviembre, nunca eran regulares, incluso podían retardarse hasta bien entrado diciembre. 

Los campesinos araban la tierra bajo la lluvia (Proverbios 20:4). En tanto que una persona hacía los surcos con el arado, otra, quien venía inmediatamente detrás, echaba la semilla y la cubría con un poco de la misma tierra. 

Es justamente a este proceso de siembra que Juan el bautista alude:


Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Juan 1:27


Mientras que Juan preparaba el camino para sembrar, nuestro Señor Jesucristo venía detrás de él para sembrar la semilla, que es su Palabra.


Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.Mateo 3:3

Así como la lluvia temprana, que sensibiliza la tierra y la dispone a ser sembrada, la Palabra de Dios, es una lluvia espiritual e invisible (Juan 3:8) que viene del Altísimo y sensibiliza los corazones de los hombres (Juan 3:27). Los efectos de la Palabra en el corazón del hombre son los mismos que los efectos de la lluvia en la tierra. Así como la lluvia hace que la tierra produzca fruto en abundancia, la Palabra hace dar frutos espirituales que producen salvación (Gálatas 5: 22-26 ; 2° Pedro 1:5-8).


Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié. Isaías 55:10-11


La tierra es el corazón del hombre (Lucas 8:8); la Palabra es la semilla (Lucas 8:11); el Espíritu Santo es la lluvia. Ambos vienen de Dios, pues Él da tanto la semilla (2° Corintios 9:10) como la lluvia (Salmo 65:10). El Señor Jesucristo es la semilla que Dios nos regala (Juan 3:16) y también es la lluvia que nos manda del Cielo (Oseas 6:3).

La semilla y la lluvia juntas hacen brotar el fruto de la tierra. La semilla es la Palabra que podemos leer y oír con nuestros ojos y oídos físicos. La lluvia es el entendimiento al que solo el Espíritu Santo nos puede llevar dentro de nuestros corazones (Juan 16:13). El fruto de la tierra es la obediencia incondicional (Juan 12:24) a la Palabra.


Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos.Isaías 44:3

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