Yo, Pablo, preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de acuerdo con el llamamiento que recibieron de Dios. Sean siempre humildes, amables, tengan paciencia, sopórtense con amor unos a otros. El Espíritu los ha unido con un vínculo de paz. Hagan todo lo posible por conservar esa unidad, permitiendo que la paz los mantenga unidos. Así como ustedes forman un solo cuerpo y hay un solo Espíritu, Dios también los llamó a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos que gobierna a todos, trabaja por medio de todos y vive en todos nosotros.
Cristo en su generosidad nos dio un don a cada uno. Por eso dice:
«Cuando subió a los cielos,
se llevó a los prisioneros
y entregó dones a la gente».
¿Qué significa eso de que «subió»? Pues significa que primero descendió a las partes más bajas de la tierra. Cristo fue el mismo que descendió y luego subió a lo más alto de los cielos para llenarlo todo con su presencia. Cristo mismo le dio dones a la gente: a unos, el don de ser apóstoles; a otros el de ser profetas; a otros el de anunciar la buena noticia de salvación; y a otros el de ser pastores y maestros. Él dio esos dones para preparar a su pueblo santo para el trabajo de servir y fortalecer al cuerpo de Cristo. Este trabajo debe continuar hasta que estemos todos unidos en lo que creemos y conocemos acerca del Hijo de Dios. Nuestra meta es convertirnos en gente madura, vernos tal como Cristo y tener toda su perfección.
Así no nos portaremos como niños, ni seremos como un barco a la deriva arrastrados por cualquier nueva enseñanza de quienes buscan engañarnos con sus trampas. Por el contrario, maduraremos y seremos como Cristo en todo sentido, enseñando la verdad con amor. Cristo es la cabeza, y el cuerpo entero depende de él. Por medio de él, todas las partes del cuerpo están ligadas y se mantienen unidas. Cada parte cumple su función y así todo el cuerpo crece y se fortalece por el amor. Lo que les voy a decir es una advertencia del Señor: dejen ya de vivir como los que no son creyentes, porque ellos se guían por pensamientos inútiles. Su entendimiento está oscurecido porque están separados de la vida que viene de Dios y porque son ignorantes debido a lo terco que es su corazón. Han perdido la vergüenza, se han dedicado a la inmoralidad y se entregan cada vez más a cometer toda clase de perversiones. Pero esa clase de vida no tiene nada que ver con la instrucción que recibieron de Cristo. Sé que ustedes han recibido su mensaje y han aprendido la verdad que está en Jesús. Se les enseñó a dejar atrás la forma de vida que llevaban antes. Ese viejo ser va de mal en peor por los deseos engañosos. Aprendieron a renovar su forma de pensar por medio del Espíritu, y a revestirse del nuevo ser que Dios creó a su imagen para que practique la justicia y la santidad por saber la verdad.
Así que dejen las mentiras y «díganse siempre la verdad unos a otros» porque todos formamos parte del mismo cuerpo. «No permitan que la ira los haga cometer pecados» [e]; que la noche no los sorprenda enojados. No le den ninguna oportunidad al diablo para que los derrote.
El que era ladrón deje de robar y trabaje haciendo algo provechoso con sus manos, así podrá compartir con el que no tiene nada.
No digan malas palabras, sino palabras que ayuden y animen a los demás, para que lo que hablen le haga bien a quien los escuche. No hagan poner triste al Espíritu Santo, quien es la garantía para su completa liberación en el día señalado. Quítense de ustedes toda amargura, ira y enojo, gritos, calumnias y malicia. Sean amables y considerados unos con otros, y perdónense como Dios los ha perdonado a través de Cristo.
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