"Amor es el sentimiento que inclina el corazón hacia
lo que le place".
Cuando uno ama de veras, se prefiere el bien de la persona amada al bien
propio. La madre que ni duerme ni descansa cuidando al hijo enfermo, el
esposo que pierde su salud debido al excesivo trabajo para
sustentar y alimentar a su familia, o el
padre que se arroja a la peligrosa corriente para salvar a su hijo que se
ahoga; se niegan a si mismos, se sacrifican y sufren por el supremo bienestar
de los seres queridos.
"El verdadero amor tiene corno base la renuncia al bien
individual" afirmó Tolstoi.
No importa que la persona amada lo agradezca, no importa las privaciones
que ello implique, lo que cuenta es el beneficio que reciba el receptor del
amor.
"Amar es gozar con la felicidad de otro" enseñaba Leibniz.
Amar es un anhelo ferviente de que la persona amada goce de bienestar y
felicidad. En sentido esencial se opone al egoísmo. Se ama al hermano, al
amigo, al desvalido, al desagradecido, al prójimo, al enemigo. Es la tendencia de
lo superior y perfecto a descender hasta lo inferior e imperfecto, en amor
hacia todas las cosas por el amor mismo y no por la mera apetencia de ellas.
El amor a Dios debe ser total y pleno, ofrecido sólo a él y expresado en
servicio, reverencia y obediencia. Jesús declaró que la ley se resume en el
amor a Dios y al prójimo, ambos deben ser activos y
concretos.
Cristo nos dio el ejemplo más puro y elevado del amor desinteresado y
abnegado. El nos enseña que éste debe ser total y sin reserva. Es Su muerte y
resurrección es donde el Señor ha puesto en acción su
amor por la redención de una humanidad perdida, caída y fracasada. Su muerte
voluntaria es el resultado del amor del Padre y del Hijo.
Pablo escribió:
"Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado" Romanos 5.5.
Es el Espíritu el verdadero manantial del amor. Para
poseer amor basta que el Espíritu Santo nos llene completamente. La vida en Cristo es sencillamente vivir amando, cuando estamos poseídos por él, el
amor brota espontáneamente como el agua de
la fuente.
En el idioma griego existen cuatro términos para designar el amor:
I. EROS. Se refiere a la atracción física o sexual que un hombre siente
hacia una mujer y
viceversa. El amor erótico lleva en sí la idea de pasión o afecto carnal,
II. FILIA. Cariño o estima calurosa hacia los amigos.
III. STORGE. Afecto familiar que se siente por los padres, por los hijos
o por los hermanos.
IV. ÁGAPE. Este es el amor más sublime profundo e inquebrantable Esta
palabra "ágape" se refiere al amor cristiano sobrenatural, el cual sólo es posible
cuando es impartido por el Espíritu Santo en el creyente.
En la actualidad se habla mucho de amor. El lema de las obras clásicas,
delas grandes novelas y poemas gira
siempre en torno al
amor. Todo drama que conmueve hasta las fibras más profundas del ser, toda
hazaña de valentía y coraje, toda acción heroica, toda demostración de
benevolencia y compasión, tienen como fundamento el amor.
Pero debemos establecer una diferencia. Tanto el eros, como el filia y
el storge son aspectos del amor natural y humano. En cambio el
ágape es "el amor del Espíritu". Sólo el Espíritu Santo puede
producirlo, procede de las alturas. Nos viene de arriba. Es divino, celestial y
glorioso. Incomparablemente superior a cualquier amor terreno.
Para poder comprenderlo debemos tener en cuenta lo siguiente
1. El amor humano es emocional, sentimental, espera ser correspondido,
retribuido; pero el amor de Dios es desinteresado, imparcial, paciente y
misericordioso. No espera recompensa. Es sufrido, sacrificado y abnegado. No se
irrita, no guarda rencor. Jesús en la cruz pronunció aquellas memorables
palabras: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" Lucas
23.34, palabras que revelan su incomparable amor hacia sus adversarios y
crueles verdugos. El Señor no tuvo ningún sentimiento adverso hacia ellos,
ninguna palabra hiriente, ningún deseo vengativo. Vivió amando y murió amando.
Pregonó el amor con el ejemplo hasta el último momento de su existencia. Muchos
de los mártires cristianos en la antigua Roma morían
en el Circo o en el Coliseo cantando alabanzas a Dios y con una sonrisa en sus
labios, sin proferir palabras de injuria a sus torturadores. A pesar de que
muchos eran destrozados despiadadamente por las fieras, sin embargó, no había
en sus rostros expresiones de ira o desesperación.
El sublime amor del Espíritu extiende su noble influencia al paria, al
miserable, al desvalido, a aquellos que nada pueden hacer por nosotros; como
también expande sus luminosos rayos hacia los enemigos, los que nos calumnian,
los que se burlan, los que no nos saludan, los que nos tratan mal. El amor
siempre perdona, bendice a los que nos maldicen, ora por los que nos ultrajan y
persiguen, y olvida todas las ofensas.
2. El amor humano es limitado y sectario, en cambio el amor del Espíritu
es general, universal, amplio, ancho, profundo. Ama por el mero hecho de amar,
sin favoritismos. El Señor hace salir el sol sobre
justos e injustos. La benefactora lluvia cae sobre el campo del bueno y del
malo. "De tal manera amo, Dios al mundo", Dios ama a todos, quiere
que lodos sean salvos porque su esencia es amor.
El corazón amoroso es abierto para toda clase de amistad, brinda
su cálida influencia sin mirar a quién, se expresa y comunica con justicia, equidad y
comprensión.
El amor natural puede llegar a ser exclusivista cuando sólo aprecia a
los de su familia, nacionalidad,
raza, color,
posición o círculo social.
Jesús dijo: "Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los
que os hacen bien ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo
mismo". Lucas 6.32-33. "Y si saludáis a vuestros hermanos solamente,
¿qué hacéis de mas" ¿No hacen también así los gentiles?" Mateo 5.47.
El ágape se extiende igualitariamente a lodos, deja caer sus semillas de
bondad, cariño y dulzura en cada corazón que encuentra a su paso. Presto está
en ayudar y consolar a toda persona en cualquier momento y situación.
3. El amor humano es momentáneo o temporáneo. El amor del Espíritu es
perenne, permanente, imperecedero. Dios le habló a Israel diciéndole:
"Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi
misericordia" Jeremías 31.3.
El amor humano es irregular y fluctuante. Depende de la situación en que
nos encontremos o de los seres con los cuales nos relacionemos.
Hay personas que según su estado temperamental
o se encuentran en la cima; amorosas, tiernas y cariñosas, o descienden al
valle de la brusquedad, tosquedad y rudeza.
Nuestro estado de ánimo no debe afectar la demostración del amor. Las
personas que nos rodean no deben sufrir por nuestra situación personal. Si
estamos pasando por pruebas y
tribulaciones no debemos traslucirlo ni contagiarlo a nuestro prójimo. Marchen
bien las cosas o no marchen bien es preciso seguir amando. El gozo del Señor es
nuestra fortaleza.
Nada debe impedir que el río interior del amor pueda fluir libremente
para el beneficio de nuestros semejantes.
4. El amor humano es más bien exterior, depende de lo que ve. Pero el
amor del Espíritu vive y se sostiene por fe.
El amor humano toma en cuenta la apariencia física, o las virtudes o
cualidades de la persona amada.
Dios con su amor contempla al pecador y ve en él un santo en potencia. Jesús
pasó por donde estaba Mateo cobrando los impuestos y
no vio a un simple cobrador de impuestos como lo hubiera visto cualquier
hombre, sino un discípulo ferviente y un talentoso escritor de uno de los
evangelios.
Cristo llamó a Juan "Hijo del trueno", hombre precipitado y
violento; el cual tratado en la escuela del
amor, llegaría a ser el discípulo amado, y el escritor más tierno, profundo y
delicado sobre el tema del amor.
Dios nos ve a través del lente de su amor. El nos contempla no como
estarnos hoy en nuestra inmadurez, sino cómo llegaremos a ser en el futuro,
siervos fervientes y esforzados por su causa. Su mirada de amor siempre se
extiende al porvenir. El nos ve desarrollados, crecidos, útiles, brillantes,
glorificados y victoriosos. El no toma en cuenta que somos barro informe en
sus manos ahora, sino que nos observa ya acabados y perfeccionados como vasijas
ideales en donde su poder se muestra con
toda su plenitud.
5. El amor humano es impulsivo e instintivo. El amor del Espíritu es de
origen divino. Viene como producto de
la presencia sobrenatural del Santo Espíritu en nuestro corazón. Procede del
corazón de Dios al corazón del hombre. Es celestial, puro, santo,
inconmensurable. No crece en forma natural en el terreno de nuestra carne
humana. Tiene su fuente en el Todopoderoso. Es infinito y permanecerá para
siempre.
El amor humano es de origen terreno, por lo tanto desaparecerá ya que
nuestra vida es tan breve en comparación con la eternidad. Vivimos setenta u
ochenta años y luego la vida terrena se termina.
Mas el amor divino es el salvador del
mundo, es el que nos ha permitido formar parte de la familia celestial,
y es el que nos ha abierto las puertas al hogar eterno en donde estaremos
disfrutando de una comunión indisoluble con Dios y todos los redimidos.
6. El amor humano es pasional e inmoderado. El amor del Espíritu es
sobrio, sensato y templado. Mantiene su equilibrio y
justicia, sin excesos y violencias
El esposo que entrañablemente ama a su esposa, que se comporta tan dulce
y delicadamente con ella, puede en un arranque pasional proferirle las palabras
más groseras e hirientes movido por los celos o el enojo. Los padres que
quieren tanto a su hijo, pueden descuidarse en la educación y disciplina del
mismo; permitiéndole que haga lo que quiera, no poniendo freno a sus desbordes
juveniles por temor a ofenderle, desbordes que pueden afectar su futuro y
llevarle al fracaso. El genuino amor disciplina, educa, Incluso prohíbe para el
mayor bien de la persona amada. El amor del Espíritu es correctivo e
instructivo. El Señor
mira siempre el porvenir, el horizonte. El sabe lo que nosotros
precisamos para madurar correctamente en la vida cristiana. Sus pensamientos no
son siempre nuestros pensamientos, ni sus caminos son nuestros caminos. Por esa
causa es que Él muchas veces usa la vara de la corrección: nos castiga, nos
hiere, para encauzarnos y enderezarnos, no porque quiera perjudicarnos, sino
porque nos ama y desea nuestro supremo bien.
7. El amor humano tiene como fundamento las virtudes de la persona
amada. Mira sus cualidades, su apariencia, sus gracias, sus méritos, su
posición. El amor del Espíritu es desinteresado, proviene del corazón, del
alma, de las entrañas, de adentro. Cuando Samuel iba a ungir al futuro rey de
Israel, el Señor le advirtió "No mires a su parecer, ni lo grande de su
estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre:
pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el
corazón" 1ª Samuel 16.7.
El amor natural se siente seducido por los atributos del ser amado, por
su belleza, su simpatía, su personalidad. Mas el
amor del Espíritu prodiga su cálida influencia a todo el mundo, a todos los
seres, hasta los más bajos, desaprobados y miserables.
Para el borracho, el ladrón, el criminal, el traidor, el drogadicto,
siempre hay una esperanza, una oportunidad, una puerta que se abre por medio
del amoroso Espíritu Santo. Para el ser más repulsivo y condenable existe lugar
bajo la sombra de la cruz.
El amor divino pudo rescatar al jefe pandillero de Nueva York Niky Cruz,
héroe principal del libro ‘La cruz y el puñal" y hacer de él un consagrado
cristiano, predicador del evangelio.
Por su amor, el Señor nos ve no como somos, sino como llegaremos a ser.
8. El amor humano es natural, terreno, imperfecto. El amor del Espíritu
es divino, puro, celestial, completo y perfecto. Cuando el Espíritu Santo nos
llena de su presencia, nos repleta de su amor. Al inundar el Espíritu el
receptáculo de nuestro corazón nos llena de Cristo, ya que el Espíritu Santo
revela a Cristo, muestra a Cristo, glorifica a Cristo, nos implanta la
naturaleza de Cristo, Así que, cuanto más estamos llenos del amor del Espíritu,
la persona de Cristo se mostrará más evidente en nosotros, de modo que podemos
exclamar con el apóstol Pablo: "Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí"
Gálatas 2.20. Y todas las virtudes cristianas podrán brotar de nuestro corazón,
la ternura, la paciencia, la mansedumbre; las cuales harán que nos asemejemos
más patentemente al Rey de Reyes y al Señor de Señores. "A quienes Dios
quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los
gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria"
Colosenses 1.27.
9. El amor humano es egocéntrico, sólo piensa en sí mismo, en su propia
satisfacción, beneficio y bienestar. Es de naturaleza egoísta porque su
propósito es lograr sus fines, sus deseos, sus ambiciones, saciar sus propias
aspiraciones.
El hombre generalmente quiere a quién corresponda a su amor, ama a los
que le tratan bien, aquellos de los cuales puede sacar ventajas, provechos y
beneficios.
El amor divino es generoso, dadivoso y servicial. Ama sin esperar
recompensa o reconocimiento. Ama por la alegría de amar. Ama porque anhela
consolar, ayudar, socorrer, levantar. Está dispuesto a la negación y al
sacrificio con el fin de ver la felicidad en el ser amado.
Muchas veces el amor de naturaleza pasional se ha descontrolado
transformándose en odio, celos y resentimiento al sentirse decepcionado por no
sor correspondido. Cuántos crímenes, violencias y horrores se han cometido por
un amor herido que se ha vuelto en ira cruel, despiadada e irracional.
En cambio el amor del Espíritu es dadivoso, altruista, se olvida de sí,
se priva de su propio bienestar y comodidad con tal de ver contentos a los
demás.
10. El amor humano es perecedero. En cambio el amor del Espíritu
permanecerá para siempre. "El amor nunca deja de ser" 1ª Corintios
13:8. Se acabarán los dones, las profecías, se terminarán, las lenguas
cesarán, la ciencia con
todos sus logros, descubrimientos y conquistas tendrá su fin. Pero el amor
jamás dejará de ser. Es la más valiosa, grande y elevada virtud "Y ahora
permanecen la f e, la esperanza y el amor; pero el mayor de ellos es el
amor" 1ª Corintios 13.13.
Amar es el fruto del Espíritu, es el resultado de estar en estrecha
relación con el cielo, es a evidencia de un sólido crecimiento espiritual. Pero
además es un mandato del Señor Jesús, él dijo en Juan 13.34-35: "Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tuviereis amor los unos con los otros".
Dios nos insta, nos manda que amemos. Es el glorioso Espíritu Santo
quien puede educarnos en la escuela del amor. Jornada tras jornada, año tras
año, él va tratando con nosotros, limándonos, puliéndonos, para que en toda
nuestra personalidad pueda brillar con todo su fulgor la perla del amor de
Dios. Amor que esta esencia de la santidad, la plenitud de toda bondad y la fragancia
suprema de Cristo en nosotros.
11. El amor humano es reaccionario y vengativo. Mas el amor del Espíritu
es misericordioso, perdona y olvida. Cuando Dios nos perdona arroja todas
nuestras iniquidades a la profundidad del mar y no se acuerda más de ellas.
El novio que ama, en una suprema demostración de cariño, puede
obsequiarle a su amada un fresco ramo de tiernos pimpollos, o con suma
caballerosidad le puede alcanzar el pañuelo de seda que se le ha caído, pero el
mismo, al verse ofendido o desechado, puede enceguecerse de tal manera que sus
manos pueden golpear, empuñar el cuchillo o apretar el
gatillo. El amor humano puede transformarse en odio feroz y sanguinario al
verse defraudado.
El amor del Espíritu no se cansa de perdonar. Cristo dijo que debiéramos
hacerlo hasta setenta veces siete. El perdón debe practicarse indefinidamente.
El amor divino no alberga ninguna clase de sentimiento vegetativo de ira,
revancha o desquite.
El ágape es el amor sobrenatural. Debe ser buscado y cultivado
intensamente.
Es el amor que se interesa más en dar que en recibir. Es el amor que se
proyecta para el beneficio de nuestros semejantes. Es el amor por todos los
hermanos, incluyendo a aquellos que no están de acuerdo con nosotros y nos
irritan. Es el amor que no nace por lo que puede tener el ser humano, sino por
lo que es el ser humano en si. Es una manifestación libre, espontánea, un
esfuerzo deliberado, desinteresado, que no espera galardón ni retribución. Es
el amor que se consume a si mismo en aras del bien de los demás.
El ágape no conoce limitaciones, ni distinciones de cultura, nacionalidad, sexo o
rango Nadie lo puede destruir porque es el amor de Dios y "Dios es
Amor" 1° Juan 4.8.
Este maravilloso amor sólo puede encontrarse en aquellas personas que
son motivadas, saturadas y capacitadas por la unción del Espíritu Santo.
El amor del Espíritu es "sufrido, es benigno, el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no
busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, más
se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca deja de ser" 1°Corintios 13.4-8.
Lo que más necesita la humanidad es amor. Al
nuestro alrededor existen personas hambrientas y sedientas de amor. La frase
"nadie me ama" se encuentra con frecuencia. ¿Quiénes deben ser los
dadores del ágape? ¿Quiénes pueden realmente sembrar el amor de Dios en los
corazones vacíos? ¿Quiénes pueden ser fuentes de amor y cariño para sus semejantes?
Pues, nosotros, que ya hemos experimentado y sentido el amor de Dios. ¡Dejemos,
pues, que los ríos del amor del Altísimo nos inunden! ¡Permitamos que ellos
fluyan incesantemente de nuestro corazón! Sembremos amor, amor y amor, porque
sembrando amor sembramos a Cristo!
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