"Sumisión, humildad". Deriva de la palabra griega
"tapeinos" que quiere decir "ser o llegar a ser humilde".
"rebajarse" o "inclinarse".
Es la virtud cristiana que consiste en el reconocimiento de nuestra
bajeza y miseria, en obrar de acuerdo a la suprema voluntad de Dios. Emana
del conocimiento que
uno adquiere de su debilidad, indignidad y estado pecaminoso,
de la necesidad que me tiene de la gracia de Dios para todo lo bueno; y da por
resultado el que no se conceptúe uno a sí mismo más favorablemente de lo que
debe, sino que por el contrario, da toda la gloria a Dios, y se somete a su
santa voluntad. Debemos separar la el ser humilde de la pobreza, muchos creen que es sinónimo, cuando no es así, la humildad está en el corazón, la pobreza no.
Jesús fue humilde por excelencia y requiere que todos sus seguidores
sean humildes. "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas" Mateo 11:29.
Mansedumbre no es debilidad, es la dulzura de la fuerza, es la
delicadeza de la violencia celestial.
Aquellos que se dejan controlar y gobernar por el Espíritu Santo se
vuelven mansos. La mansedumbre es señal de completo quebrantamiento. Todos los
que están quebrantados por el Espíritu Santo se caracterizan por la humildad.
El es el que nos hace dóciles y maleables con el un de que el Altísimo cumpla
su propósito en nuestra vida.
1. El orgullo: enemigo de la mansedumbre
El hombre por naturaleza es obstinado y rebelde. El orgullo es un mal
común en el mundo actual. Para que el Señor pueda usarnos plenamente, Él debe
tratarnos profundamente. Su Espíritu necesita tocar cada fibra de nuestra personalidad;
nuestras emociones,
voluntad e intelecto, para que podamos ser como la paloma, mansos y tiernos.
La soberbia u orgullo es la antesala que precedes casi todo otro pecado.
La altivez consiste especialmente en la indebida estimación propia, es
el deleitarse en considerarse a sí mismo como superior a los demás.
El orgullo se manifiesta de distintas formas, pero siempre emana del
altanero corazón humano. Existen personas que se enorgullecen de su raza, otros
de su posición social, otros de sus negocios, otros
de su apariencia física. Pero el orgullo más traicionero e
insidioso es el orgullo espiritual. Este fue la causa de la caída de Lucifer.
El orgullo espiritual comienza cuando empezamos a sentirnos dueños de nosotros
mismo, cuando consideramos que nuestra inteligencia y
capacidad son suficientes.
El orgullo descansa y confía en sus propios atributos y méritos, antes
que en la misericordia de Dios. Lleva a un desprecio hacia los demás y hace que
los demás nos desprecien.
El orgullo es engreído, jactancioso, hiriente y arrogante. Dios lo
resiste por cuanto se basa en la suficiencia propia, desechando todo consejo o
sugerencia.
"Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes" nos
dice la Biblia en Santiago 4.8. "Abominación a Jehová es todo altivo de
corazón: ciertamente no quedará impune" Proverbios 16.5.
La Palabra de Dios enseña que todo orgullo es pecado. El es la causa que
más impide que los pecadores se acerquen a Cristo. Y también es el impedimento
que más obstaculiza el crecimiento espiritual.
Muchos cristianos sobresalientes, que prometían tanto para el reino de
Dios, han visto frustrada su carrera por creerse demasiado: la soberbia les ha
llenado el corazón y han perdido la unción divina. Se han encerrado en su
propio yo no queriendo recibir ayuda de hermanos espirituales; despreciando el
ministerio, capacidad y sabiduría de otros siervos del Señor.
¿Cómo se puede vencer el orgullo?
Pues humillándonos delante de la cruz
de Cristo, quebrantándonos ante el Omnipotente. Nadie puede escalar peldaños en
la vida espiritual si alberga soberbia en su alma. Sólo podemos seguir
avanzando en la carrera cristiana si cultivamos el fruto de la humildad.
La humildad es la regla del enaltecimiento en el plano espiritual.
"Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo
nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado
y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para
vivificar el corazón de los quebrantados" Isaías 57:15. "Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo"
1ª Pedro 5:6.
El siervo de Dios verdaderamente humilde jamás buscará mostrarse
superior a alguien o menospreciar a los menos capacitados, no se empeña
vanamente en sobresalir, ni busca egoístamente las cosas que pueden darle
ventaja en detrimento de los demás. Es cortés, tierno, servicial; pensando
siempre en el bienestar de sus semejantes.
"Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con
humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando
cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros"
Filipenses 2:3-4.
Dios exige humildad de sus seguidores: "Oh hombre, él te ha declarado
lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti; solamente hacer justicia, amar
misericordia, y humillarte ante tu Dios" Miqueas 6:8.
2. Paladines de la mansedumbre
CRISTO. Una más sobresaliente virtud fue la humildad: "Haya, pues,
entre vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios corno cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a si mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" Filipenses 2:5-8 Jesús nació
humildemente en un establo, se mantuvo en su niñez y juventud en
humildad sujeto a sus padres terrenos, vivió humildemente. Ministró a los
humildes, y padeció la muerte más humillante: la muerte de cruz. No tenía sitio
donde recostar la cabeza. Nació en un lugar prestado, predicó desde un barco
prestado y fue sepultado en una tumba prestada.
La humildad tiene como esencia el hecho de
perder la conciencia de
sí mismo para servir a los demás.
Jesús dijo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y
hallaréis descanso para vuestras almas" Mateo 11:29.
Cristo se presentó a sí mismo como el sublime ejemplo de la humildad. La
mansedumbre está grabada en toda la existencia de Cristo. La observamos en su
reacción frente a los demás, la vemos sobre todo cuando tuvo que enfrentar a la
persecución, la burla, el desprecio de sus enemigos. De él profetizó Isaías
42:2-3, diciendo: "No gritará ni alzará su voz, ni la hará oír en las
calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare". Su
sumisión total al Padre demuestra claramente su humildad. Se humilló a sí
mismo, se encarnó, se hizo siervo y aceptó morir en la cruz. Todo esto revela
la incomparable mansedumbre de nuestro Salvador.
ABRAHAM. Es uno de los ejemplos más excelentes de mansedumbre. Cuando
Dios llamó a salir de Ur de los caldeos, salió, "sin saber a donde
iba" sujetándose incondicionalmente a la guía y dirección del
Señor. Cuando su sobrino Lot acordó con él para dividirse la tierra pues sus
ganados eran muchos, Abraham lo dejó escoger primero sin murmurar ni quejarse.
Cuando Dios le pide que sacrifique a Isaac no pone ningún reparo, no discute a
pesar de que Isaac es el hijo de la promesa.
MOISES. Era el hombre más manso que existía en su época: "Y aquel
varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la
tierra" Números 12:3. Había sido adoptado por la hija del Faraón, tenía un
futuro brillante, pero "hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija
de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de
los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio
de Cristo que los tesoros de los egipcios, porque tenía puesta la mirada en el
galardón" Hebreos 11:24-26.
Cuando en el peregrinaje a la Tierra Prometida, sus hermanos Aarón y
María murmuraron contra él, especialmente en relación a su ministerio
profético, Moisés no les despreció ni condenó. El Señor fue quién escuchó la
calumnia y actuó inmediatamente para hacer justicia a su siervo. Moisés
demuestra en este episodio que no alberga en su corazón ningún resentimiento, inclusive
está dispuesto a orar por Maria para que sea curada de la lepra ya que sobre
ella había caído el juicio de Dios.
DAVID. Entre sus numerosas características se encuentra la humildad. Aun
cuando sabía que iba a ser rey, pues ya se lo habían comunicado, ya había sido
ungido, sin embargo pudo soportar a Saúl, su violencia, su desprecio su
persecución.
Habiendo tenido varias veces la oportunidad de deshacerse de él, lo
respetó siempre como "el ungido de Jehová". Y cuando vinieron a darle
la noticia de la muerte de Saúl y sus hijos en el monte Gilboa a mano de los
filisteos, no se alegró de la noticia; antes lloró amargamente porque Israel había
perdido a hombres valientes y esforzados.
ESTEBAN. En el Nuevo Testamento se destaca con toda nitidez la figura
del primer mártir cristiano Esteban. En él vemos la combinación de la entereza
y la mansedumbre; la valentía y la humildad. Con todo coraje condenó la resistencia de
los líderes del pueblo a la acción del Espíritu Santo, éstos reaccionaron
violentamente contra él apedreándolo con saña indescriptible. Sin embargo,
mientras moría, puesto de rodillas exclamó: "Señor, no les tomes en cuenta
este pecado". Hechos 7:60.
PABLO. Padeció lo indecible en manos de sus compatriotas. Sufrió la
incomprensión de las Iglesias que fundó, especialmente la de Corinto. En cada
uno de sus viajes misioneros
el enemigo trata de obstaculizar encarnecidamente su ministerio. Pero él sigue
adelante. Cuando escribe sus epístolas no hay lenguaje negativo
ni quejumbroso en él. Siempre conciliador, siempre tierno, siempre humilde.
3. La práctica de la mansedumbre
¿Qué es en sí la mansedumbre? No se trata de una cualidad natural, es un
verdadero fruto del Espíritu Santo.
La mansedumbre no es tranquilidad. Hay personas que parecen mansas por
naturaleza; pero no son mansas sino serenas, difíciles de alterar o sacar de
las casillas.
Tampoco quiere decir debilidad. Para el mundo de hoy, el humilde es
aquel que no tiene personalidad, que no se impone, que no tiene Iniciativa. La
mansedumbre es compatible con una gran fortaleza. Tanto Moisés, como Esteban y
Pablo fueron valientes; personas de autoridad y
poder.
La mansedumbre no es cordialidad o simpatía. Existen personas que
parecen amables de nacimiento.
Son extrovertidos, amigables, tienen don de gentes; en donde se
encuentren siempre están rodeados de un grupo de
personas, son agradables y sociales. Estas virtudes encomiables pueden ser
meramente humanas o biológicas.
La mansedumbre no es algo solamente externo, que se palpa o se ve. Es,
sobre todo, una gracia interna que brota apacible de las profundas fuentes del
Espíritu Santo.
Un cristiano humilde es una persona quebrantada.
Su relación con otras personas no son señaladas por su dureza, obstinación o
imposición, sino por una paciencia, docilidad y ternura, resultante de una
comunión íntima con el Consolador, el bendito Espíritu Santo.
¿Cuáles son las evidencias de
que realmente somos humildes?
- Ser abiertos, accesibles.
Una persona mansa es dócil al trato con sus semejantes, es fácil de
comunicarse y hablar con ella. Cuando se equivoca lo confiesa libremente. Pide
perdón con facilidad.
El cristiano humilde está dispuesto a escuchar y a aprender. Mantiene
siempre abierta la puerta de su corazón para recibir consejos e instrucciones,
permitiendo así que su vida espiritual sea edificada y fortalecida
Una persona mansa no es sabia en su propia opinión, ni trata de
apabullar a otros con sus ideas y palabras. Respeta las opiniones ajenas y con
tacto y paciencia expone sus pensamientos Nunca está demasiado ocupada como
para no tener tiempo de ocuparse de los problemas y
necesidades de otro.
La mansedumbre es principalmente tener una idea adecuada de uno mismo,
la cual se manifiesta en la acritud y conducta que
tenemos hacia los demás.
Los mansos son los "pobres en espíritu", de los que habló el
Señor en el Sermón de la Montaña. Nadie puede ser manso si no se ve a sí mismo
como un pecador. Cuando uno llega a la posición de que es "pobre de
espíritu", pasa a otra fase de la vida cristiana en la cual comprende de
que nada vale el orgullo. El manso nunca se gloría de sí mismo, no trata de
imponerse. El manso no exige nada para sí, no reclama lodos sus derechos, no pide que se tome en consideración
sus privilegios, cargos, posición, nivel social, nombre o bienes materiales. No
siempre está velando por si mismo o sus propios intereses. No se preocupa por
si mismo ni por lo que los demás digan.
Ser genuinamente humilde significa que uno ya no se protege porque ve
que no hay nada que valga la pena proteger. Por eso ya no está a la defensiva,
ni siente autocompasión; sino que está abierto para brindarse a los demás; es
benigno, gentil, asequible. Nunca mostrará una actitud brusca,
ni cultivará un espíritu de venganza o revancha. Siempre colaborará para la
armonía y la unidad.
- Delicada sensibilidad
La mansedumbre es una virtud del corazón, y todo corazón cristiano debe
ser blando y sensible. "Jesús lloró". Juan 11.35. es una de las citas
más emocionantes de la Escritura. ¡Qué
difícil es para algunas personas derramar lágrimas! Muchas veces cuando
nuestros pensamientos, voluntad y corazón han sido tocados por el Espíritu
Santo, las lágrimas brotan espontáneamente, toda nuestra personalidad es conmovida
Porque sentimos muy dentro de nosotros nuestra propia pecaminosidad, o las
necesidades o padecimientos ajenos.
Si somos sensibles estaremos listos también para sentir las necesidades
de otro, nos daremos cuenta de la situación de aquellos que están pasando por
problemas y privaciones, tendremos un delicado tacto pata tocar el corazón de
otros con el fin de ayudarles, consolar les y alentarles.
- Capacidad para la vida corporativa
"Someteos unos a otros en el temor de Dios". Efesios 5:21.
Cada creyente es un miembro del cuerpo de Cristo Y sólo los que han sido
quebrantados por el Espíritu Santo saben en realidad qué es la iglesia, el
cuerpo de Cristo sobre la tierra. Para participar correctamente de la comunidad de
la iglesia es necesario estar capacitado por el poder de Dios. La vida
colectiva de la iglesia es una vida de quebrantamiento en donde existen
derechos y limitaciones Cada miembro tiene una función específica
y debe respetar las funciones de los demás miembros. Debe cumplir su tarea con
humildad y a la vez con humildad debe aceptar el ministerio, dones y
capacidades de los demás integrantes.
Si a un miembro del cuerpo de Cristo le hace falta este sentimiento de
comunidad y pertenencia es corno si fuera un miembro artificial, sin vida, él
puede estar presente en el cuerpo pero está inanimado; ocupando solo un lugar
pero sin funcionar en la realidad.
Y si esta inanimado no puede recibir vida o influencia de los demás. No
recibe vida ni corrección por, lo tanto se encuentra aislado y solitario.
Para tener el sentido de armonía y coherencia con la iglesia es preciso
estar quebrantado, tener conciencia de su unidad, de su espíritu y de su sentir. El creyente quebrantado está abierto a la acción, la influencia y la comunicación de
los demás integrantes de la iglesia.
Para que en la iglesia haya unidad es necesaria la mansedumbre, al
sentido de dependencia y sometimiento de los unos a los otros. Cada miembro de
nuestro cuerpo físico desempeña una tarea específica. pero todos contribuyen y
son necesarios para la función vital; para que el organismo en su totalidad
pueda funcionar correctamente.
El cuerpo de Cristo vive de la misma forma, todos los miembros poseen un
sentimiento común y ese sentimiento es el medio por el cual Cristo expresa su
voluntad y pensamientos. Jesús es la cabeza del cuerpo, a la vez es quien le
imparte vida y dirección.
La mansedumbre produce en nosotros esa conciencia de la
interdependencia, la armonía y la unidad. La iglesia es una sociedad, una
colectividad unida por tos vínculos del amor. Y ese amor, ese quebrantamiento
sólo puede operar por la presencia del Espíritu Santo.
- Facilidad para acepta edificación.
El hombre sabio en su propia opinión no recibe ni consejos, ni
sugerencias. Su espíritu altivo lo lleva siempre a querer avasallar e imponer
sus ideas.
En cambio el
manso y quebrantado está dispuesto nos sólo a enmendar sus errores, sino que es
abierto para recibir edificación de los demás cristianos. El que está
quebrantado puede ser ayudado, alentado, corregido e instruido; tiene un
corazón receptivo, quiere ser edificado para que él también sea de edificación.
Cuanto más quebrantados estemos mayor será la oportunidad de recibir
instrucción y aliento de otros ministerios dentro
del cuerpo de Cristo.
Cuando estamos en la atmósfera del Espíritu podemos ser alimentados y
fortalecidos por su acción, no importa por qué miembro del cuerpo se exprese.
Lo importante es estar en la corriente del Espíritu, con la mente y el alma
expectante para escuchar su voz.
- Rendición incondicional a Dios
El creyente genuinamente humilde reconoce el completo señorío de Cristo.
Todos sus deseos, sus motivos, sus derechos, su futuro, los deja en las manos
del Señor.
Su meta, sus más caros anhelos, están en cumplir la voluntad de Dios, en
todo momento, en toda circunstancia; inclusive en medio de las persecuciones,
incomprensiones y sufrimientos.
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