PROMESA

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sábado, 11 de junio de 2016

PENTECOSTÉS

Pentecostés  es una de las Fiestas del Señor, que celebra la cosecha del trigo, y su fecha caía después del conteo de siete semanas u "Omer", en el mes de Siván, exactamente cincuenta (50) días después del segundo día de la celebración de la Pascua (Pesaj; Lev. 23:15-16).

Hemos aprendido que algunos consideran la Fiesta de Pentecostés como una Fiesta separada, mientras que otros la consideran la culminación de la Pascua. Pero es evidente, según el registro bíblico, que ambas Fiestas se conectan por el conteo de las siete semanas, y cierra un gran período de siete ciclos, específicamente, siete semanas, que apuntan al tiempo perfecto de plenitud y cumplimiento en el reino de Dios (Dt. 16:9-10). Así pues, de una manera gráfica y vívida, a través de Sus Fiestas solemnes, Dios quería enseñarle a Su pueblo cómo Él planifica y toma muy en serio el tiempo, para la preparación y cumplimiento de Sus planes dentro de Su reino; y por lo tanto, Él quiere que Sus hijos también hagamos lo mismo: que aprendamos a contar y nos preparemos para Su intervención, bendición y salvación a favor de Su pueblo.

La Fiesta de Pentecostés está relacionada con la inauguración oficial de un nuevo tiempo en el reino de Dios.  En el primer Pentecostés, bajo el Viejo Pacto dado por medio de Moisés, Dios inauguró un nuevo tiempo con Israel, manifestando Su gloria tanto en el cielo como en la tierra, y entregándole Su revelación escrita por medio de la Ley (Torah, Éx. 19:16-20:21).  Y en el primer Pentecostés, bajo el Nuevo Pacto dado por medio de Jesucristo, Dios igualmente inauguró un nuevo tiempo con la Iglesia, manifestando Su gloria tanto en el cielo como en la tierra, y entregándole Su revelación hablada por medio de Su Espíritu Santo, conforme a la palabra profética dada a través de los profetas Joel y Jeremías (Hch. 2:1-21. Joel 2:28-32; Jer. 31:31-37; Heb. 8:6-13).  ¡Así que, en Pentecostés, el pueblo de Dios, celebramos con gozo que Dios nos haya dado Su Palabra y Su Espíritu, para que caminemos bajo Su luz, salvación y bendición!
Y eso es lo que estamos haciendo hoy en día los hijos de Dios, nos estamos preparando para esta gran Fiesta de gozo y celebración por el amor y su fidelidad para con nosotros, Sus hijos.

Como en todas y cada una de Sus Fiestas, Dios siempre instruye a Su pueblo para que esté preparado y anticipe Su presencia, intervención o acción a favor nuestro.  Así lo podemos ver en la Fiesta de la Pascua, cuando a comienzos del mes de Nisán, Dios le dio instrucciones a Moisés sobre cómo el pueblo debía prepararse durante 14 días, antes de celebrar esta Fiesta de liberación y salvación (Éx. 12:1-36).  Luego, en el Pentecostés del Viejo Pacto, Dios otra vez mandó a Moisés para que instruyera a Israel, que se purificara y se preparara por tres días, para su encuentro con Él en el Sinaí (Éx.19:1-11).  Así también, nuestro Señor Jesucristo instruyó a los primeros apóstoles para que se prepararan en oración, de manera que recibieran la presencia y el poder del Espíritu Santo, durante la celebración del primer Pentecostés del Nuevo Pacto (Hch. 1:4-9; 2:1-12).
Esto confirma lo enseñado por el apóstol Pablo sobre la ministración en el Espíritu, que "Dios no es un Dios de confusión", sino de paz y de orden (1Cor. 14:26-33).  Dios cuida de hacer todo en Su tiempo, a tiempo, de una manera organizada y planificada; y eso lo podemos ver desde la creación del mundo.  Esa idea errada que lo que es del Espíritu o de Dios no requiere planificación es completamente contraria a las Sagradas Escrituras.

Estamos seguros que será una experiencia especial y única, en la que nos prepararemos para recibir más gracia, favor y bendición de Dios para nuestras vidas.

Estamos animando para que se preparen, conforme a la dirección que el Señor les dé y ellos propongan en sus corazones.
Nos estamos preparando con adoración, con cánticos y la Palabra que el Señor nos da para esta ocasión, de manera que el ambiente de alabanza y adoración en la que fluya la presencia del Espíritu en medio nuestro.
Tenemos que recordar que Pentecostés, como las otras dos grandes Fiestas del Señor, es una Fiesta de celebración de cosecha, en este caso de la cosecha del trigo. La Pascua celebra la cosecha de la cebada y Tabernáculos la cosecha de los frutos de los árboles. 
También Pentecostés nos recuerda dos grandes eventos, la entrega de la revelación escrita, la Torah, en Sinaí; y la entrega del Espíritu Santo a la Iglesia, en Jerusalén.
Es el día de Pentecostés, en que nació la iglesia cristiana, se cumplieron un antiguo anhelo de Moisés y una profecía de Joel. En una ocasión Moisés convocó a setenta ancianos al Tabernáculo, donde Yahvéh les impartió el Espíritu y profetizaron.  Dos ancianos, Eldad y Medad, no acudieron a la reunión pero a pesar de esa rebeldía el Espíritu vino sobre ellos y también profetizaron. Cuando un joven reportó eso a Moisés, en vez de molestarse por esa aparente amenaza a su autoridad, respondió, "¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!" (Num 11:24-29). Ese anhelo de Moisés se realizó plenamente el día de Pentecostés. El profeta Joel, en un momento de crisis nacional y juicio divino, anunció tiempos de salvación en que Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne (Joel 2:28-29). Este texto de las escrituras hebreas sirvió de base para el sermón de Pedro el día de Pentecostés: 17 “Sucederá que en los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano ["toda carne"]. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. 18 En esos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán. Hch 2:17-18)
  1.- Este pasaje repite dos veces que en el día de Pentecostés Dios derramó su Espíritu sobre "toda carne".
Antes del Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a ciertas personas específicas, nunca a todo el pueblo.  Era individual, pero desde el Pentecostés es corporativo, de todo el cuerpo de Cristo. De esa forma, la promesa del Espíritu atañe a la iglesia misma como entidad y a todos y cada uno de sus miembros como personas. El don se imparte sin discriminación alguna, sea de edad, sexo o categoría socio-económica (hijos, hijas, jóvenes, ancianos, siervos/as;  Gal 3:28). Muchos textos del N.T. enseñan que todo cristiano/a, desde el momento de entregar su vida a Cristo, es morada del Espíritu Santo (Ef 1:13; 1Cor 12:13; 2 Co 1:22; Jn 14:18). El Espíritu es la vida común del Cuerpo de Cristo y asigna los dones y funciones de cada miembro (1Cor 12:11). De estos hechos la primera epístola de Juan saca una conclusión sorprendentemente radical:
 17 Estas cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos. 27 En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica —no es falsa—y les enseña todas las cosas.
 ¡Qué lección para los que pretendemos ser maestros del pueblo del Señor! ¡El texto nos dice que sobramos! (Stg 3:1). Pone al mismo nivel maestro y alumno y declara que desde el Pentecostés la comunidad tiene el mejor de los maestros, ¡el Espíritu Santo! Somos "maestros ayudantes" que acompañamos al pueblo creyente; no somos autoridades ni indispensables  Esto también es consecuencia del Pentecostés y explica la base del escrutinio congregacional de las profecías.
  2.- Es impresionante como el pasaje de Joel, citado por Pedro, se concentra en un solo ministerio del Espíritu: la profecía.  Los hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones, los ancianos tendrán sueños y los siervos y siervas de Dios profetizarán. Esto marca para siempre a la iglesia, que nace en ese suceso, como una comunidad profética por esencia. ¡Desde el Pentecostés la iglesia es una comunidad de visionarios y soñadores ("yo tengo un sueño", Martin Luther King)! La frase "sobre toda carne" podría significar "sobre toda clase de creyentes", sin distinción de edad o sexo, pero el sentido natural es más amplio e inclusivo. El antecedente de Num 11:29 y las enseñanzas del N.T. sobre la morada del Espíritu en todo creyente favorecen la interpretación de que cada creyente, sin excepción, comparte el don del Espíritu del Pentecostés. Eso significa que todo creyente también, al igual que la iglesia misma, tiene un llamado profético y un deber de cumplirlo de alguna manera.
 EL MISMO Y ÚNICO ESPÍRITU El Espíritu que Dios derramó sobre la iglesia naciente era el mismo Espíritu de los antiguos profetas de Israel. Dios no tiene otro Espíritu más cómodo y más agradable, menos exigente y amenazante al status quo. El prototipo para la iglesia tiene que ser el mensaje y la praxis de esos antiguos portadores de la verdad y la voluntad de Dios. De forma similar, todo cristiano está llamado a una presencia profética, de alguna forma, en la iglesia y en la sociedad. A la luz del significado bíblico y del modelo de la práctica profética, podemos concluir que la iglesia nació para ser una comunidad de discernimiento crítico, de cuestionamiento, de diálogo y debate abierto. Desde el Pentecostés la denuncia y el anuncio proféticos son deberes de la iglesia, como lo son para todos los y las fieles. Es deber también para todos y todas participar activa y críticamente en el análisis de las decisiones de las Iglesias, las aclaraciones doctrinales y los debates exegéticos sobre la interpretación bíblica. Si estamos llamados a examinar las profecías, mucho más imperativo es cuestionar a los políticos, los legalistas y teólogos, y hasta los mega-pastores.  Después del Pentecostés, suprimir la exhortación profética o evadir el debate sólo para quedar bien y no tener problemas es desobediencia al imperativo bíblico.

Esta perspectiva sobre la profecía es profundamente liberadora en nuestra moderna sociedad burguesa, donde la "religión" se relega casi totalmente a la esfera privada, donde tener convicciones se malinterpreta como falta de tolerancia y donde la crítica directa se condena como falta del amor. Nuestro llamado profético, de todos y todas, nos libera para afirmar convicciones radicales, que entendemos como la voluntad de Dios... ¡y también libertad para equivocarnos!  

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