En muchas ocasiones el estudio de la vida de Juan el Bautista hay diversas controversias causadas por diferentes opiniones en cuanto a su vida.
Se le atribuyen pertenecer a diferentes sectas contemporáneas.
Es más acertado
asemejarlo a ciertos ritos practicados por las comunidades judías marginales de
Palestina y de Siria durante los primeros siglos. Tal sería el caso de los
esenios, conocidos a partir de los testimonios de Plinio el Viejo, de Filón de
Alejandría y de Flavio Josefo, de su propia producción literaria provocado a y de los
vestigios arqueológicos conservados en Qumrán. Plinio el Viejo los ubicó al
oeste del Mar Muerto, a cierta distancia de la costa:
ESENIOS
Pueblo solitario, el más
extraordinario que exista; sin mujeres, sin hijos, sin dinero, viven en la
soledad del desierto. Pero se renuevan continuamente, y los adeptos les llegan
en masa... Eusebio conservó en su Preparación
evangélica un fragmento de Filón que se refiere también a la
comunidad de bienes mantenida por los esenios: Nadie se permite poseer nada
como propio, ni casa ni esclavo ni campo ni rebaños ni cosa que produzca
riqueza abundante, sino que todas las cosas las ponen en común y en común
disfrutan del provecho de todas ellas. Josefo resaltó en ellos su insistencia
en la necesidad de una conversión total y su preocupación extrema de pureza
obtenida mediante reiterados baños rituales: se complacen en enseñar que hay
que entregarse a Dios en todas las cosas. Declaran también que las almas son
inmortales y opinan que hay que luchar por obtener la recompensa de la justicia .
Con mucha frecuencia se ha querido
relacionar a Juan el Bautista con los esenios de Qumrán, dadas las semejanzas existentes
entre su pensamiento y prácticas y los de la secta, y también debido a la
cercanía del dicho monasterio respecto al lugar donde Juan realizaba su
actividad. Seguramente debió conocerlos, pero no es muy probable que se hubiese
formado con ellos. La predicación de Juan, a diferencia de la enseñanza esenia,
era pública y no
privada. El juicio anunciado por los esenios llegaría en un futuro indeterminado
y no de manera inminente.
BANNUS
Por otro lado, existen también otros
personajes distintos de los esenios con los cuales se podría comparar a Juan.
Puesto que la soledad ayudaba a la oración y al sacrificio en medio de una vida
muy austera, muchos hombres sabios y santos elegían el desierto como morada.
Por ejemplo, Josefo menciona a un maestro suyo: Habiendo oído hablar de un tal
Bannus que vivía en el desierto, contentándose para vestir con lo que le
proporcionaban los árboles y para comer con lo que la tierra produce
espontáneamente, usando frecuentes abluciones de día y de noche por amor a la
pureza, me convertí en émulo suyo . Tal aspereza de
vida se asemejaría mucho a la de Juan: Tenía Juan su vestido hecho de pelos de
camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y
miel silvestre (Mt 3:4).
Finalmente el bautismo esenio era sólo un
rito de incorporación a la secta para los nuevos miembros y el primero de una
continua serie de baños rituales. En cambio, el bautismo de Juan era único y
definitivo. En el contexto de su predicación del tiempo final y de la llegada
del Reino de Dios, el bautismo hay que entenderlo como la última preparación,
como el sello que habría de encontrar en cada uno el Juez que estaba por llegar
para ser hallados dignos del Espíritu renovador y no del fuego de la condena.
Las fuentes cristianas presentaron el rito
practicado por Juan como un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados (Mc 1:4). En esto se diferencian del testimonio transmitido por Josefo,
para quien el bautismo servía no ya para hacerse absolver de ciertos pecados,
sino para purificar el cuerpo después de que el alma había quedado previamente
purificada por la justicia. Si bien Marcos y Lucas
señalaron como requisito previo el arrepentimiento y la voluntad de conversión
manifestados en la confesión de los pecados (Mr 1:5), no negaron que se tratara
de un signo eficaz que otorga el perdón. Representaba para ellos una oferta de
gracia divina que permitía acceder a la salvación cuando no quedaba ya ninguna
oportunidad a través de otros ritos de penitencia u obras de misericordia.
Un bautismo conferido por un hombre y capaz
de otorgar el perdón era ciertamente escandaloso. Por eso es comprensible que
se haya buscado relativizar posteriormente la eficacia que Juan atribuía a su
rito. Así sucede con el silencio de la fórmula para el perdón de los pecados en
Mt 3:6, que fue desplazada hacia la última cena de Jesús a través de la sangre
de la Alianza que es derramada por muchos para perdón de los pecados (Mt
26:28). Otro tanto sucede con la designación de Jesús como el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo (Jn 1:29), puesta en labios del Bautista.
JUAN EL BAUTISTA Y JESÚS.
Entre los que se acercaron a Juan
encontramos a Jesús de Nazaret. El bautismo que Juan le administró es uno de
los datos más seguros de la vida de Jesús, dada la dificultad que
necesariamente debía originar para la comunidad cristiana. Primero por la
aparente superioridad del Bautista sobre Jesús, y luego por el perdón de los
pecados inherente a la recepción del bautismo y que hacía suponer una
conciencia de pecado en Jesús. El hecho que la comunidad cristiana no hubiese
omitido en su tradición este episodio es lo que justamente le
proporciona más garantías de historicidad. De todos modos la transmisión del
relato se encargó también de solucionar las dificultades:
* La pregunta de Juan y la respuesta de
Jesús en Mt 3:14-15 podrían haber significado el reconocimiento de parte de
Juan que el tiempo de su bautismo había concluido y que había llegado ya el
tiempo del bautismo en fuego y en Espíritu de parte de Jesús: "Soy yo el
que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?". ¿Por qué,
entonces, el Mesías bautizador se haría bautizar, pasando por un pecador más?
"Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia?". El
"así debe ser" expresado por Jesús sería un adelanto de ese
misterioso "es necesario" que se irá repitiendo a lo largo del
evangelio al referir la voluntad de Dios respecto a su Mesías, hasta la pasión
dolorosa. De todos modos quedaba claro que Jesús recibía el bautismo de Juan
como justo y no como pecador.
* Según el cuarto evangelio los pecados con
los que Jesús llega al bautismo no son suyos, sino que él los carga de una
manera vicaria: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este
es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de
mí, porque existía antes que yo" (Jn 1:29-30).
* Si Jesús, a pesar de no necesitarlo, había recibido el bautismo
quedaba bien claro que ninguna conciencia de pecado lo había motivado a
hacerlo. La tendencia marcadamente apologética presente en estas explicaciones
que los evangelistas se consideraron obligados a proporcionar nos lleva a
preguntar entonces qué habría llevado realmente a Jesús a encontrarse con Juan.
La necesidad de justificar el hecho que Jesús, indigno de quien
consideraban como mayor que Juan, podría evidenciar que históricamente
Jesús hubiese llegado hasta Juan buscando en él a un maestro. Esa posible
relación de discipulado podría deducirse a partir de algunas coincidencias en
la doctrina del Bautista y de Jesús y también de algunas notas comunes en la trayectoria
de sus vidas, como el grupo de discípulos que los rodeó, la oposición de los
dirigentes religiosos y la ferviente adhesión del pueblo. Ambos despertaron
esperanzas y reacciones semejantes, y compartieron el mismo destino por orden
de las autoridades. Herodes Antipas habría llegado a reconocer en la actividad
de Jesús la prolongación de la obra del Bautista: Aquel Juan, a quien yo
decapité, ése ha resucitado (Mr 6:16). De hecho, Jesús mantuvo la misma firmeza
que había llevado a Juan a denunciar el divorcio y posterior desposorio de
Herodes con la mujer de su hermanastro aún vivo ( Mr 6:18): Quien repudie a
su mujer y se case con otra, comete adulterio contra ella (Mr 10:11).
Junto a los numerosos bautizados que
volvían inmediatamente a su vida cotidiana, hubo otros que quedaban a su lado
como discípulos y lo llamaban Rabbí (Jn 3:26). Compartían sus prácticas
piadosas como el ayuno (Mr 2,18) y se ponían a su servicio (Mt 11:2). Algunos
de ellos dejaron al Bautista y siguieron a Jesús: Andrés, el hermano de Simón
Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús (Jn
1:37). Y Jesús continuó, al menos por algún tiempo, con la práctica bautismal
de Juan: se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; allí estaba con ellos
y bautizaba. Juan
también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha
agua, y la gente acudía y se bautizaba (Jn 3:22-23). En su actividad Jesús
parece haber tenido aún más éxito que Juan: Jesús se enteró de que había
llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que
Juan (Jn 4:1); sin embargo el evangelista no deja de hacer una aclaración que
considera importante: aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus
discípulos (4:2).
Está claro que Jesús sintonizó con la
predicación del Bautista y, por tanto, con la fe en el juicio y en la necesidad
de la conversión y del bautismo para el perdón de los pecados. Pero a pesar de
los paralelos que muestran continuidad entre Jesús y Juan, ambos también mantuvieron
diferentes puntos de vista en su predicación. Siendo que la noción judía de
Dios abarcaba tanto el aspecto del Dios justo como el del Dios misericordioso,
Juan destacó el aspecto del rigor y Jesús el del amor. Juan predicaba el temor
al juicio y la oferta salvadora del bautismo; en cambio Jesús acentuó la
certeza de la salvación manifestada en la presencia ya actual del Reinado de
Dios: Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les
respondió: "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: 'Vedlo
aquí o allá', porque el Reino de Dios ya está entre vosotros" (Lc
17:20-21). De este modo el juicio quedaba aplazado para un futuro desconocido y así se daba al hombre tiempo para confirmar con
buenas obras su conversión.
También eran muy diferentes los estilos de
vida asumidos por Juan y por Jesús. Juan era un asceta que llevaba una vida muy
austera. En cambio Jesús es interrogado por los discípulos de Juan: ¿Por qué
nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan? (Mt 9:14).
Por otra parte la imagen del Mesías
expresada en la predicación de Juan no correspondía con exactitud con el
mensaje y las actitudes que Jesús ofreció desde los comienzos de su actividad.
Juan evocaba al Juez celestial del mundo y no a un hombre de esta tierra. No es
de extrañar, entonces, que Juan haya tenido dificultad para reconocer a Jesús
como el Mesías por él anunciado: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar
a otro? (Mt 11:3). Durante el ministerio del Bautista ya habrían aparecido
algunos indicios de aquella oposición que sus partidarios presentarían aún en
el siglo II al movimiento originado por Jesús : Se suscitó una discusión entre los
discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación. Fueron, pues, donde
Juan y le dijeron: "Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán,
aquel de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van a él (Jn
3:25-26). El libro de los Hechos es también testigo de que, más de veinte años
después de la muerte del Bautista, el apóstol Pablo encontró en Efeso
discípulos de Juan: Él replicó: "¿Qué bautismo habéis recibido?"
-"El bautismo de Juan", respondieron (Hch 19:3).
Tal persistencia de los discípulos del
Bautista, a menos que no hubiesen comprendido bien la enseñanza de su maestro,
parece indicar que Juan nunca llegó a reconocer a Jesús como al Mesías
esperado.
En cambio, la tradición cristiana, que
reconocía a Jesús como el Mesías, siempre consideró a Juan como el profeta
precursor apoyándose en la valoración que el mismo Jesús había hecho del
Bautista. Es lo que muestra el pasaje en el que Jesús preguntaba a sus oyentes
qué era lo que los había movido a dirigirse hacia Juan: "¿Qué salisteis a
ver en el desierto?
¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre
elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios
de los reyes. Entonces ¿a qué salistéis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más
que un profeta. Éste es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi
mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. En verdad os digo
que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista;
sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él (Mt
11:7-11).
Esta valoración de Juan muestra que las
diferencias en la predicación de ambos profetas no implicaban necesariamente
una ruptura sino, más bien, una nueva certeza de parte de Jesús respecto a la
salvación esperada. ¿Cómo llegó Jesús a su convicción? Es posible que Jesús,
como muchos otros profetas, tuviera un experiencia vocacional. Jesús habría
sustituido el temor al juicio por la certeza de la salvación al intuir como
profeta visionario que el mal había sido ya vencido, según una arraigada
esperanza de la época: Y entonces se manifestará el reinado de Dios sobre toda
la creación, y no existirá ya Satanás, y con él desaparecerá la tristeza . Algunos han visto en Lc 10:18 un eco de esa
experiencia: He visto a Satanás caer del cielo como un rayo.
Su carisma para obrar prodigios también
pudo haberlo confirmado en esa intuición. Así parece sugerirlo la respuesta
dada por Jesús a los emisarios de Juan que le preguntan si él era el que había
de venir: Id a contar a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos
andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y
se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo
en mí! (Mt 11:4-6). Jesús remitía a los milagros que ocurrían a su alrededor,
sin atribuírselos a su persona. Los milagros obrados en su presencia por Dios,
por los discípulos o por él mismo, le habrían convencido de que había comenzado
de que había comenzado el tiempo de salvación, de que Satanás estaba vencido y
de que él era, tal vez, el que había de venir anunciado por Juan.
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