“EL EXCLUIDO”
Hay sucesos en mi vida de adolescente que se me desdibujaron; no puedo decirte los nombres de mis compañeros de secundaria, o el nombre del director de la escuela. Pero recuerdo aquel verano de 1984. Una carta que nunca llegaba era lo único que me interesaba. Recuerdo ir al buzón cada mañana. Había mandado mis dibujos a todas las editoriales…y ninguna respondía. Un doloroso silencio era todo lo que obtenía por respuesta.
Seguro sabes lo que se siente. Sabes de lo que hablo. Cuando el teléfono no suena y ese llamado nunca llega. Cuando esos papeles no llegan. Cuando el buzón solo contiene cupones de publicidad.
Y también se han acuñado frases para esos momentos:
“Me volví con las manos vacías”
“Lo siento, ya se cubrió el puesto que buscábamos”
“Sigue participando”
“Tal vez en la próxima, déjeme sus datos y lo llamaremos si sabemos de algo”
“No te dejo no porque has hecho algo mal, sino porque te mereces algo mejor”
Muchos hemos caminado por el césped de la exclusión. Nos cansamos que la sociedad nos clasifique por:
El crédito. El color de la piel. La marca del auto. La calidad de la ropa. Los diplomas. El estudio. La ausencia de acné. El peso.
La cuenta en el banco ¿No te cansas de ese juego cruel?
El jefe elige el escote por sobre la capacidad.
Las piernas por sobre el carácter.
La maestra elige al que paga la cuota por encima del mas esforzado.
Las empresas eligen a la mas bonita por encima de la hoja de vida.
No hay dolor mas grande que el no ser escogido.
Pero recuerda...
No estás aislado, no estás desconectado.
Perteneces a alguien.
Se te quiere.
Se te extraña.
Te echan de menos si no vienes.
Dios pagó un precio muy alto por ti.
¿Recuerdas aquella carta que esperaba en 1984? Finalmente no llegó aquel verano. Llegó tres meses después. Y me contrataron para dibujar en un periódico cristiano, solo con 16 años de edad.
El excluido había sido elegido para hacer lo único que sabía hacer por aquel entonces. Y el resto…ya es historia.
Hay sucesos en mi vida de adolescente que se me desdibujaron; no puedo decirte los nombres de mis compañeros de secundaria, o el nombre del director de la escuela. Pero recuerdo aquel verano de 1984. Una carta que nunca llegaba era lo único que me interesaba. Recuerdo ir al buzón cada mañana. Había mandado mis dibujos a todas las editoriales…y ninguna respondía. Un doloroso silencio era todo lo que obtenía por respuesta.
Seguro sabes lo que se siente. Sabes de lo que hablo. Cuando el teléfono no suena y ese llamado nunca llega. Cuando esos papeles no llegan. Cuando el buzón solo contiene cupones de publicidad.
Y también se han acuñado frases para esos momentos:
“Me volví con las manos vacías”
“Lo siento, ya se cubrió el puesto que buscábamos”
“Sigue participando”
“Tal vez en la próxima, déjeme sus datos y lo llamaremos si sabemos de algo”
“No te dejo no porque has hecho algo mal, sino porque te mereces algo mejor”
Muchos hemos caminado por el césped de la exclusión. Nos cansamos que la sociedad nos clasifique por:
El crédito. El color de la piel. La marca del auto. La calidad de la ropa. Los diplomas. El estudio. La ausencia de acné. El peso.
La cuenta en el banco ¿No te cansas de ese juego cruel?
El jefe elige el escote por sobre la capacidad.
Las piernas por sobre el carácter.
La maestra elige al que paga la cuota por encima del mas esforzado.
Las empresas eligen a la mas bonita por encima de la hoja de vida.
No hay dolor mas grande que el no ser escogido.
Pero recuerda...
No estás aislado, no estás desconectado.
Perteneces a alguien.
Se te quiere.
Se te extraña.
Te echan de menos si no vienes.
Dios pagó un precio muy alto por ti.
¿Recuerdas aquella carta que esperaba en 1984? Finalmente no llegó aquel verano. Llegó tres meses después. Y me contrataron para dibujar en un periódico cristiano, solo con 16 años de edad.
El excluido había sido elegido para hacer lo único que sabía hacer por aquel entonces. Y el resto…ya es historia.
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