Fue durante el Pesaj que Yhwh ordena al pueblo reunirse por
familia compartir el cordero y pintar con su sangre el dintel de la puerta,
para que de esta manera el ángel del Señor que descendería esa noche no tocase
a los primogénitos, extiende este mandato a las generaciones futuras.
Era una señal imborrable de su amor por su
pueblo, la señal de que saldrían de la esclavitud a una vida mejor, a una
tierra prometida donde la leche y la miel fluían.
Solo para encontrarse una vez más con un
pueblo duro de cerviz, cuarenta años dieron vueltas pereciendo una generación
completa por la incredulidad, por la falta de visión, por aferrarse al
pasado, a la conveniencia de lo conocido y el temor de lo que vendría.
Hemos aprendido con el pasar del tiempo
que el hombre a pesar de las oportunidades que Dios le entrega vuelve a caer en
las mismas situaciones, la idolatría, la desobediencia y las rebeliones, dejan
de mirar la meta para entretenerse viendo el paisaje del camino.
El apóstol Pablo en varias ocasiones nos
advierte que sabemos lo que es correcto hacer, pero no lo hacemos.
Pareciera un cuento de nunca acabar, pero si tuvo un fin, uno muy caro.
Cristo vertió su sangre, hasta la última
gota para que no tuviésemos que pagar nosotros, no teníamos cómo, y nos
permitió entrar en la gracia un ciclo perfecto delante de Abba, donde no hay
que mirar como cruzar la puerta, porque nosotros nos convertimos en una, una
por donde pasa el Rey de Gloria.
En este tiempo muchos religiosos siguen
rituales que fueron anulados por el Amor, cuando Jesús lavo los pies de los
discípulos y Pedro quiso que lo bañara completamente, para ser completamente
limpio, el maestro le respondió que aquel que estaba limpio no necesitaba más
que limpiar sus pies, en clara referencia al Salmo 119, ¿con qué limpiaremos
nuestro camino? con guardar su Palabra.
Aquellos a quienes el bautismo lavo sus
pecados, con qué mantienen limpios sus pies, su andar o su caminar, con guardar
su Palabra.
No quiero decir con esto que lavar los
pies a nuestros semejantes este mal, sino que simplemente simboliza el
servicio, el amor de los "señores" de las congregaciones a los
"siervos".
Era su forma de decirles que le mayor
siempre, en todo momento debía servirle al menor, no al revés.
Lamentablemente vemos que este ejemplo se
llevo al simplismo más absurdo y ritualizamos este acto de Amor, lavando los
pies con agua.
La sangre del cordero esta sobre nuestras
cabezas, corre por nuestras vestiduras, santificándonos, está en nosotros y
nosotros somos parte de su cuerpo, él comió las hiervas amargas, él partió el
pan y lo guardo durante tres días en un sepulcro, ¿Y lo queremos simbolizar? El
mayor símbolo de todos es que nosotros hemos juntamente con él resucitado, ya
nada está oculto, la amargura desapareció para nosotros.
Que este tiempo sea cumplido en el diseño
del Padre, para nuestras vidas, en gratitud por el sacrificio, alegría por la
resurrección, fiesta porque ya no hay muerte, gozo porque la sangre de Cristo
nos limpia de todo pecado, no tiene vencimiento, ayer, hoy y siempre.
Las mujeres cuando dan a luz, celebran la vida que nace, no el
dolor que pasaron.
Celebremos la vida, no recordemos la
muerte.
No es el camino, ni la meta, lo que
honramos, es la victoria.
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