PROMESA

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miércoles, 11 de febrero de 2015

MEDIOCRES: LOS ETERNOS CONTRABANDISTAS DE LA VIDA- DANTE GEBEL

La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás; en muchos hombres ese punto es simplemente imaginario. "Indiferentes" son aquellos que viven sin que el mundo advierta su existencia. 
No tienen voz, sino eco. 
No hay líneas definidas ni siquiera en su propia sombra.
Cruzan el mundo a hurtadillas, temerosos de que alguien pueda reprocharles esa osadía de existir en vano, como contrabandistas de la vida…y claro que lo son. 
Las existencias vegetativas no tienen biografía: en la historia de la sociedad sólo vive el que deja rastros en los espíritus, huellas en las almas. 
La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta muchos años, sino el que ha sentido mejor un ideal; las canas denuncian la vejez, pero no dicen cuánta juventud la precedió.

Muchos mueren, pero pocos han vivido. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el entorno. Desfilan inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedio su insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros a la izquierda que nada califican y para nada cuentan.
Barcos de amplio velamen, pero sin timón, no saben adivinar ni su propia ruta: ignoran si irán a varar en una playa arenosa o a quedarse estrellados contra un escollo. Están en todas partes, aunque en vano buscaríamos uno solo que se reconociera; si lo halláramos sería un original, por el simple hecho de enrolarse en la mediocridad. 
Muchos de esos cerebros torpes se envanecen de su testarudez, confundiendo la parálisis con la firmeza, que es un don de pocos elegidos.

Si hubiera de tenerse en cuenta la opinión que todos los hombres tienen de sí mismos, seria imposible discurrir de los que se caracterizan por la ausencia de personalidad. Todos creen tener una; y muy original. Ninguno advierte que la sociedad le ha sometido a esa operación aritmética que consiste en reducir muchas cantidades a un denominador común: la mediocridad. 
Existe una rica literatura consagrada a estudiar el genio y el talento, pero son excepciones. Lo habitual no es el genio ni el talentoso. El hombre que nos rodea a millares, el que se reproduce en el silencio y en la niebla, es el mediocre.

¿Y sabes que es lo peor? Que esos mediocres saben que navegan en un mar de mediocridad. Viven en su propio mundo chato, playito, en donde entre tantos ciegos, algún tuerto logra coronarse como una excentricidad digna de admirar.
Si le preguntáramos a alguno de esos mediocres porqué insiste en comer estiércol con el desayuno, nos diría algo como:
- SÉ que sabe espantoso. Pero he decidido comerlo porque un millón de moscas no pueden estar tan equivocadas!
Y es lógico que piense así. La mediocridad termina siendo altamente viral.

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