Luego que Elías entrenó a su siervo Elíseo para que
aprendiera a ver, oír y profetizar la palabra del Señor, había llegado su
tiempo para regresar al cielo. El carruaje celestial de Dios cargó a Elías y lo
alejó de Elíseo hacia la expansión espiritual eterna de los cielos, más allá
del tiempo. Elías le dijo a Elíseo: “Has
pedido algo difícil, pero si logras verme cuando me separen de tu lado, te será
concedido; de lo contrario, no” (2° Reyes 2:10).
Elíseo tuvo que atravesar muchas pruebas y
perseverar para caminar en la doble porción del manto de Elías (ver 2° Reyes 2:1-18). Elías le pidió a Eliseo que se quedara en Gilgal, el lugar del
corte, la circuncisión y donde se separaban del reproche, pero se negó. Esta es
una representación que nos muestra que cuando Dios remueve nuestro pasado y
nuestros reproches, debemos caminar a través de las puertas de autoridad hacia
el nuevo lugar que Dios preparó. Entonces Eliseo se mudó hacia Betel, el lugar
de la casa de Dios, las puertas del cielo. Betel era el lugar donde la gente
iba a buscar el consejo de Dios. Eliseo siguió a Elías hacia Betel para
aprender cómo obtener consejo de Dios.
Debemos seguir la guía del Espíritu Santo hacia el
próximo lugar de prueba para progresar espiritualmente. No podemos continuar
siendo complacientes o estáticos, cuando el río de Dios está fluyendo.
“Allí los miembros de la comunidad de
profetas de Betel salieron a recibirlos, y le preguntaron a Eliseo: ¿Sabes que
hoy el Señor va a quitarte a tu maestro, y a dejarte sin guía? Lo sé muy bien;
¡cállense!” (2° Reyes 2:3). Los hijos de los profetas en Jericó, el
lugar de la fragancia y la guerra, también pudieron ver que ese día Elías sería
arrebatado de la vida de Eliseo.
Desde Jericó, Elías y Eliseo viajaron hacia el
Jordán, el lugar desde donde se desciende o que fluye hacia abajo, donde
cincuenta hombres de los hijos de los profetas se quedaron esperando en la
margen opuesta del Jordán. Elías tomó su manto, lo enrolló, golpeó las aguas
del Jordán y lo dividió, permitiendo que ambos profetas cruzaran por terreno
seco.
“Al cruzar, Elías le preguntó a Eliseo: ¿Qué
quieres que haga por ti antes de que me separen de tu lado? Te pido que sea yo
el heredero de tu espíritu por partida doble, respondió Eliseo. Has pedido algo
difícil, le dijo Elías, pero si logras verme cuando me separen de tu lado, te
será concedido; de lo contrario, no. Iban caminando y conversando cuando, de
pronto, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al
cielo en medio de un torbellino. Eliseo, viendo lo que pasaba, se puso a
gritar: ¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel! Pero no
volvió a verlo. Entonces agarró su ropa y la rasgó en dos” (2° Reyes
2:9-12). A pesar de todo esto, Elías no le entregó el manto a Eliseo; tuvo
que recogerlo luego que Elías fuera arrebatado hacia el Cielo.
¿Cuál era el significado del manto de Elías para
Eliseo?
En hebreo la palabra manto es addereth y su
raíz es adar, la misma palabra para el último mes del calendario hebreo.
El mes de Adar es el mejor tiempo para remover cualquier barrera personal para
la santidad y el mejor tiempo para crear el potencial para el mayor gozo. Adar
es el último mes del año. Completa el año y señala un tiempo de plenitud. El
significado de adar es glorioso, espléndido, maravilloso y poderoso. Como
sustantivo, significa manto o capa.
“Luego recogió el manto que se le había caído
a Elías y, regresando a la orilla del Jordán, golpeó el agua con el
manto y exclamó: ¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías? En cuanto golpeó el
agua, el río se partió en dos, y Eliseo cruzó” (2° Reyes 2:13-14).
La tradición judía indica que el manto que dejó
caer Elías era su talit o manto de oración. El talit de un profeta o un maestro
tenía flecos color azul oscuro en su borde. La gente cree que los flecos
púrpura contenían el poder para hacer milagros. Por esta razón la mujer con
flujo de sangre quiso tocar el talit de Jesús. Cuando fue sana, Jesús declaró: “¿Quién me tocó? Sentí que virtud salió de mí”.
Luego le dijo: “Tu fe te ha sanado”,
no la sanó un fleco color púrpura (vez Mateo 9:20-22 y Lucas 8:43-48).
El manto, talit o adar de Elías, simbolizaba que
Eliseo removió todas las barreras en su relación con Dios. Ya no era el siervo,
ahora debía pararse como el profeta a quien había servido. El manto de Elías
era la puerta a través de la cual se manifestaba el poder de Dios. Elías le
dijo a Eliseo que si lo veía irse de su lado, obtendría su deseo de caminar en
el ministerio profético con una doble porción de su espíritu.
El
manto es un símbolo de gozo plenitud. Elías dejó su manto como
la señal que había completado su tarea. Eliseo recogió el manto indicando que
comenzaba un nuevo año, lo recogió donde lo dejó Elías y comenzó su propio
ministerio como profeta. El manto de Elías era un símbolo del pacto de poder y
autoridad entre Elías y Dios. Eliseo recogió el manto de Elías simbolizando que
entraba en el mismo acuerdo con Dios. Cuando Eliseo usó el manto de Elías para
abrir el Jordán, Dios estableció su acuerdo o su pacto con Eliseo.
¿Cómo se ve la doble porción?
Todos estamos en un nivel diferente para oír y ver
en nuestro entendimiento espiritual. Eliseo había caminado con Elías, quien lo
entrenó personalmente durante años. Fue probado y tratado en todas las
disciplinas espirituales. Los hijos de los profetas también atravesaron ese
entrenamiento, pero no poseían el nivel de visión que Eliseo había
desarrollado. Eliseo vio los carros de fuego y los caballos descendiendo para
separarlo de Elías. “Eliseo, viendo
lo que pasaba, se puso a gritar: ¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza
conductora de Israel! Pero no volvió a verlo. Entonces agarró su ropa y la
rasgó en dos” (2° Reyes 2:12).
Los hijos de los profetas sólo vieron el torbellino
que crearon los carros y se quedaron preguntándose si Elías había sido
trasladado al Cielo o si fue transportado hacia otro territorio. Tuvieron que
buscarlo durante tres días en lo natural para estar en paz. Eliseo sabía que
Elías había sido arrebatado hacia el cielo porque pudo ver más allá de lo
natural, entrando en contacto con la realidad invisible del Espíritu.
“Los profetas
de Jericó, al verlo, exclamaron: ¡El espíritu de Elías se ha posado sobre
Eliseo! Entonces fueron a su encuentro y se postraron ante él, rostro en
tierra. Mira, le dijeron, aquí se encuentran,
entre nosotros tus servidores, cincuenta hombres muy capaces, que pueden ir a
buscar a tu maestro. Quizá el Espíritu del Señor lo tomó y lo arrojó en algún
monte o en algún valle. No, respondió Eliseo, no los manden. Pero ellos
insistieron tanto que él se sintió incómodo y por fin les dijo: Está bien,
mándenlos. Así que enviaron a cincuenta hombres, los cuales buscaron a Elías
durante tres días, pero no lo encontraron. Cuando regresaron a Jericó, donde se
había quedado Eliseo, él les reclamó: ¿No les advertí que no fueran?” (2°
Reyes 2:15-18).
El Nuevo Testamento nos presenta un ejemplo de la
voz de Dios hablando desde el cielo cuando Jesús anunció su muerte. Algunos de
los que estaban ahí no oyeron nada. Otros de los que estaban presentes en la
multitud oyeron la voz de Dios manifestándose como un trueno, mientras otros
pensaron que era un ángel. “La multitud
que estaba allí, y que oyó la voz, decía que había sido un trueno; otros decían
que un ángel le había hablado. Esa voz no vino por mí sino por ustedes, dijo
Jesús” (Juan 12:29-30).
Tanto el nombre de Elías (“el Señor es mi Dios” o campeón espiritual) como el de Eliseo (“Dios
me salvará o me protegerá”) cargan el registro de lo que representaron, pero no
necesariamente cómo vieron, si se suponía que estaban llamados a ser videntes.
El nombre Elías significa Dios es Jehová o YHVH es mi Dios. Toda su vida
funcionó como el “registro” del Padre en la tierra.
En el caso del siervo de Elías, el carro fue un
transporte trans dimensional del siervo de Dios. El carro de Dios transportó a
Elías fuera del tiempo, hacia la realidad eterna donde este profeta siempre
existió en lugares celestiales. Cuando llegue la plenitud del tiempo, Dios
descenderá para reproducir el registro de sí mismo que estableció dentro de
Elías.
Elías vino a restaurar todas las cosas de vuelta
hacia Dios. Este pasaje refleja el llamado de Elías: “Él hará que los padres se reconcilien con sus hijos y los hijos con
sus padres, y así no vendré a herir la tierra con destrucción total” (Malaquías
4:6). La unción de Elías era para restaurar la justicia y proteger la
dimensión terrenal de ser destruida por una maldición provocada por el pecado.
El nombre Eliseo significa “Dios es salvación” o “Mi Dios es salvación”. Él
operó bajo una doble porción del espíritu de Elías.
Caminar como
el profeta Eliseo
Los ojos de Eliseo vieron más allá del velo de lo
natural hacia la realidad sobrenatural, donde habitan el ejército y los carros
de los ángeles guerreros de Dios. Sus ojos no estaban limitados por las
circunstancias o los hechos impactantes. Sabía que estaba mirando más allá de
lo natural para ver la provisión de Dios. Confiaba más en la dimensión de la fe
que en la manifestación aparente del plano natural.
Cuando
el temor cegó los ojos del siervo de Eliseo, la oración del profeta fue capaz
de abrir sus ojos espirituales cegados para que pudiera ver la realidad
coexistente de los ángeles. Saber que son más los que están a nuestro
favor que en contra nuestra, nos traerá paz más allá de nuestro entendimiento
presente.
La oración nos libera del temor. La oración
abre nuestros ojos para ver la respuesta permanente de Dios. Al mismo tiempo,
nuestro decreto profético cegará los ojos de nuestros enemigos y los pondrá bajo
nuestra misericordia. Para que Dios nos pueda confiar este nivel,
necesitamos desarrollar elevados niveles de obediencia y compasión. Dios quiere
confiarnos las vidas de nuestros enemigos. Dios prueba y nos examina hasta
tener la seguridad que no ejecutaremos nuestro propio juicio o dañaremos de
alguna manera a la gente.
Cuando Dios entrega a nuestros enemigos en nuestras
manos, debemos devolver bien por mal, bendición por maldición y amor por el
abuso. El Señor es el único que se debe mover en juicio. Dios dice: “Mía
es la venganza”. No tenemos derecho a la venganza. Dios retiene la
responsabilidad de reivindicarnos.
Estamos llamados a amar a nuestros enemigos, pero a
ser amables con aquellos que nos persiguen, usan y abusan de nuestra bondad. Debemos
guiar a nuestros enemigos hacia la salvación y sus ojos serán abiertos por la
palabra de salvación de Dios, su espíritu amoroso y su gracia. Es tiempo
de amar como Dios ama, ver como Dios ve, obedecer lo que Dios dice en su
Palabra y luego hacer las obras de Dios.
“Por la
mañana, cuando el criado del hombre de Dios se levantó para salir, vio que un
ejército con caballos y carros de combate rodeaba la ciudad. ¡Ay, mi señor!
exclamó el criado. ¿Qué vamos a hacer? No tengas miedo, respondió Eliseo. Los
que están con nosotros son más que ellos. Entonces Eliseo oró: Señor, ábrele a
Giezi los ojos para que vea. El Señor así lo hizo, y el criado vio que la
colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo”
(2° Reyes 6:15-17).
Cuando
los enemigos de Eliseo descendieron del monte para perseguirlo, Eliseo oró.
Debemos seguir su ejemplo. Las oraciones de Eliseo paralizaron a sus enemigos
por medio de la ceguera. Esto les quitó a sus enemigos el poder y el control.
Fueron forzados a ir hacia un lugar donde quedaron vulnerables, vagando en
tinieblas y confusión.
El ejército se movilizó para atacar al profeta,
pero Dios lo protegió. El profeta fundamentó su confianza en Dios. En este
nuevo estado de total dependencia y humillación, el enemigo tuvo que confiar en
Eliseo y seguirlo a ciegas hasta Samaria. “Como ya los sirios se acercaban a él, Eliseo volvió a orar: Señor,
castiga a esta gente con ceguera. Y el Señor hizo lo que le pidió Eliseo. Luego
Eliseo les dijo: Ésta no es la ciudad donde iban; han tomado un camino
equivocado. Síganme, que yo los llevaré donde está el hombre que buscan. Pero
los llevó a Samaria” (2° Reyes 6:18-19).
Los enemigos de Eliseo tuvieron que atravesar un proceso,
confiando en aquel a quien fueron enviados a destruir. Una vez que llegaron al
lugar prometido, Eliseo oró para que Dios volviera a abrir sus ojos y su visión
fue restaurada. Recibieron una nueva visión, pero estaban en medio de sus enemigos.
“Después de entrar en la ciudad, Eliseo
dijo: Señor, ábreles los ojos para que vean. El Señor así lo hizo, y ellos se
dieron cuenta que estaban dentro de Samaria” (2° Reyes 6:20).
Muchos de nosotros fuimos heridos por un enemigo o
traicionados por un amigo cercano, pero debemos responderles con el amor y la
compasión de Dios.
“Cuando el
rey de Israel los vio, le preguntó a Eliseo: ¿Los mato, mi señor? ¿Los mato?
No, no los mates, contestó Eliseo. ¿Acaso los has capturado con tu espada y tu
arco, para que los mates? Mejor sírveles comida y agua para que coman y beban,
y que luego vuelvan a su rey” (2° Reyes 6:21-22).
Eliseo
le dijo al rey de Israel que respondiera conforme a la grandeza del amor de
Dios para que sus enemigos pudieran conocer la compasión entre sus captores.
Eliseo le aconsejó al rey que alimentara a los arameos, concediéndoles
provisión y cuidado, en lugar de asesinarlos. El rey preparó una fiesta para el
ejército enemigo y comieron hasta saciarse. “Así que el rey de Israel les dio un tremendo banquete. Cuando
terminaron de comer, los despidió y ellos regresaron a su rey. Y las bandas de
sirios no volvieron a invadir el territorio israelita” (2° Reyes 6:22-23).
La misericordia de Eliseo triunfó sobre el juicio. La
gracia derramada nos guiará hacia nuestra victoria. Los enemigos del rey de
Israel fueron entregados en sus manos. El rey quería ejecutarlos y destruirlos,
pero el profeta lo reenfocó con cuidado para que los bendijera y no los
destruyera.
La buena voluntad siempre triunfará sobre el mal.
El amor siempre producirá un mejor resultado que el odio. Nunca debemos
pagarles a nuestros enemigos con el mismo espíritu maligno. Nunca debemos
devolver mal por mal, necesitamos aprender a bendecir en lugar de maldecir. No
somos de este mundo, entonces no podemos responder en el espíritu de este
mundo. Dios es amor, entonces debemos responder en el poder de su fuerza.
Barbie L. Breathitt Ph.D.
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