A partir de estas intervenciones de Elías y Eliseo en el siglo IX nos encontramos tal vez con el fenómeno más asombroso de toda la historia israelita: la predicación de los profetas. A pesar de que antes ya habían hecho aparición otros profetas mencionados por las tradiciones de Israel, como Natán (2°S 7:4ss), Gad (2°S. 24:11), Ajías de Siló (1°R 13:12-32), fue en la época de Elías y Eliseo cuando el movimiento profético surgió con características bien definidas. En esta época de creciente vaciamiento y descomposición interna, la religión yahwista fue capaz de resurgir de una forma completamente nueva, con una fuerza impetuosa, gracias a la predicación de estos hombres. Mirando la historia de Israel hasta entonces, se pueden distinguir, pues, los cuatro sucesos principales que fueron disponiendo la aparición de los grandes profetas:
• La degeneración de la religión yahwista.
• La independencia respecto a YHWH y a su oferta de protección. A diferencia de la antigua agrupación tribal, el estado israelita, confiando en sus armamentos y alianzas, se fue separando de YHWH y fue adquiriendo autonomía política.
• El sistema tributario y la organización burocrática disolvieron el antiguo orden social tribal originando grandes desequilibrios sociales entre las ciudades y la población campesina.
• La rápida ascensión desde el siglo VIII de los imperios mesopotámicos que dirigieron su política expansionista sistemáticamente hacia el oeste, privando de autonomía nacional, entre otros, a Israel y a Judá.
Los grandes profetas intentaron una vuelta a las tradiciones yahwistas más antiguas y genuinas, tratando de convencer a sus oyentes del carácter obligatorio y de la validez inmutable de unos preceptos que éstos habían abandonado hacía ya mucho tiempo. También intentaron hacer una lectura de ese complicado presente de Israel a la luz de la Alianza, considerando las intervenciones de las naciones extranjeras como un castigo de YHWH debido al quebrantamiento de dicha Alianza. Pero junto a esta proclamación del juicio de YHWH anunciaron un comienzo totalmente nuevo. Cuando ya no hubiese la menor garantía política de supervivencia nacional, YHWH mostraría su predilección por Israel creando otra vez al pueblo. Esto hizo que la predicación profética mostrara un mensaje enteramente novedoso comparado con las anteriores intervenciones de YHWH en la historia.
A pesar de todo lo dicho, no se debe considerar el profetismo como un fenómeno exclusivo de Israel, pues personajes de las mismas características aparecieron también en el resto del oriente antiguo.
En Mesopotamia existían personajes que tenían la función de emitir oráculos de parte de los dioses, pues tanto si se trataba del rey como de una persona privada, era preciso asegurarse de que toda empresa de cierta importancia estuviese en conformidad con la voluntad divina, si no se quería fracasar en ella. De este modo, el arte de la adivinación consistía en analizar ciertos signos mediante los cuales se intentaba descubrir la respuesta de los dioses (mediante el vuelo de los pájaros, los sueños, la observación de las entrañas de los animales, etc.). Antes de actuar, el adivino tenía que recitar a los patronos de la adivinación, el dios solar Shamash y el dios de la tempestad Adad, unas oraciones especiales. Un ejemplo es la siguiente fórmula anterior al año 1600 a.C: “Shamash, señor del juicio, Adad, señor de la adivinación, yo os traigo, os ofrezco una cordera de un año que ningún carnero ha asaltado, en cuyo seno la inseminación de Shakkan no ha caído; ha comido la hierba en país llano, no bebe más que aguas de los regatos puros; el cordero ha estado lejos de ella. Os ofrezco esta cordera, pongo en la boca de esta cordera cedro puro en nudos, virutas y buena resina. Shamash y Adad, venid a esta cordera. Y a lo que yo digo, con mi mano alzada, a todo lo que hago, a la petición de oráculo que pronuncio, que haya una respuesta sin ambigüedad.”
La primera mención de un profeta en Israel es respecto a Samuel, a quien el texto de 1°S. 9:9 llama vidente (Ro´ eH): Antes, en Israel, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía: "Vayamos al vidente", porque en vez de profeta como hoy, antes se decía vidente. Pero como la respuesta divina que el profeta israelita tenía para comunicar no se obtenía por medio de técnicas adivinatorias, sino a través del recuerdo de las exigencias de la fe en YHWH planteadas en la Alianza, pronto surgió la distinción entre los términos hebreo NaBI (griego prophetés: el que proclama) y Ro´eH (griego mantis: adivino).
Antes de la predicación de Elías y Eliseo, otros profetas recordados por las tradiciones habrían ejercido un ministerio de proclamación de la voluntad de YHWH. Natán proclamó como palabra divina la posteridad davídica en el trono de Jerusalén: afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza (2°S. 7:4). El profeta Gad, vidente de David, propuso al rey la elección de una entre tres desgracias como castigo divino por haber hecho el censo de Israel (2°S. 24:11). Ajías de Siló anunció a Jeroboam como voluntad divina la división del reino salomónico: Voy a hacer jirones el reino de manos de Salomón y te voy a dar diez tribus (1°R 11:31).
Después de Elías y Eliseo profetizó en el reino de Israel el profeta Amós en tiempos de Jeroboam II (783-743). Este rey había proseguido la obra reconquistadora de su padre Joás en el territorio transjordano en detrimento de los arameos, aprovechando la ausencia de incursiones asirias en esos años. Efectivamente, los anales asirios no registraron ninguna campaña militar entre 753 y 747.
Amós, campesino originario del reino de Judá, quedó impresionado por el lujo de los poderosos en la próspera Samaría: Acostados en camas de marfil, arrellanados en sus lechos, comen corderos del rebaño y becerros sacados del establo, canturrean al son del arpa, se inventan, como David, instrumentos de música, beben vino en anchas copas, con los mejores aceites se ungen (Am. 6:4-6). Pero esta prosperidad política y económica tuvo como contrapartida una marcada desigualdad social: “Venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los débiles tuercen; hijo y padre tienen relaciones con la misma joven, para profanar mi santo Nombre (Am. 2:6-7).
Por eso predicó que Dios enviaría un castigo terrible si los israelias no se convertían: No saben obrar con rectitud –oráculo de YHWH- los que amontonan violencia y rapiña en sus palacios. Por eso, así dice el Señor YHWH: el adversario invadirá la tierra, abatirá tu fortaleza y serán saqueados tus palacios (Am.3:10-11). Las conquistas logradas sobre los arameos no deberían ilusionarlos, pues Asiria estaba momentáneamente dormida: ¡Vosotros que os alegráis por Lo-Debar, que decís: "¿No tomamos Carnáyim con nuestra propia fuerza?" ¡Pero he aquí que suscito contra vosotros, casa de Israel, -oráculo del Señor YHWH, Dios Sebaot- una nación que os oprimirá desde la entrada de Jamat hasta el torrente de la Arabá! (Am 6:13-14).
Por lo tanto, la Alianza con Dios no era una seguridad que permitía vivir de cualquier manera, sino que implicaba una grave responsabilidad frente al prójimo: Buscad el bien, no el mal, para que viváis, y que así sea con vosotros YHWH Sebaot, tal como decís. Aborreced el mal, amad el bien, implantad la justicia en la Puerta, quizá YHWH Sebaot tenga piedad del Resto de José (Am. 5:14-15). Y no sólo Israel debía obedecer a YHWH, sino también las naciones vecinas, porque YHWH es el creador y por eso también el juez de su mala conducta: El hace las Pléyades y Orión, convierte en aurora las sombras, y hace oscurecer el día en noche. El llama a las aguas del mar, y sobre la faz de la tierra las derrama, YHWH es su nombre; él desencadena ruina sobre el fuerte y sobre la ciudadela viene la devastación (Am. 5:8-9).
El santuario de Betel era, desde el cisma religioso de Jeroboam I, el santuario del reino de Israel donde se ofrecían los sacrificios del estado, de la misma manera como el templo de Jerusalén era el santuario real de Judá. No era extraño, entonces, que fuera muy mal acogida la predicación del castigo divino contra la clase dirigente del reino en ese templo de propiedad real: Serán devastados los altos de Isaac, asolados los santuarios de Israel, y yo me alzaré con espada contra la casa de Jeroboam (Am. 7:9). Amós fue considerado un profesional que se ganaba la vida profetizando, y entonces se le prohibió la palabra en ese santuario al que él no pertenecía; que predicara en el santuario de su propia tierra: Vete vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. Pero en Betel no has de seguir profetizando, porque es el santuario del rey y la Casa del reino (Am. 7:13).
Pero el ser profeta no era simplemente un oficio que implicaba un acto de proclamación, sino que era una situación nueva que repercutía en todas las dimensiones de la vida: Yo no soy profeta ni hijo de profeta, yo soy pastor y cultivador de sicomoros; pero YHWH me tomó detrás del rebaño y me dijo: ve y profetiza contra mi pueblo Israel (Am 7:14-15).
Se trataba de algo más que una nueva profesión; se trataba de una nueva situación vital que arrancaba al elegido de la sociedad y de todas la seguridades económicas y sociales que ésta le ofrecía, y lo hacía independiente de ella. Se hacía dependiente de YHWH y carente de toda seguridad.
La expulsión de Amós estaba también vinculada a un temor: ya no puede la tierra soportar todas sus palabras. Porque Amós anda diciendo: "A espada morirá Jeroboam, e Israel será deportado de su suelo" (Am. 7:10-11). La palabra del profeta era considerada eficaz, y por eso se temía que produjera infaliblemente las desgracias anunciadas. Callar al profeta era evitar la tragedia. Porque la palabra tenía un poder de conjuro y era una realidad cargada de poder.
En las lenguas occidentales la palabra es un conjunto de sonidos con la simple función de transmitir un significado. Es un fenómeno fonético que el hombre aprovecha para comunicarse y para expresar lo que hay en su espíritu.
No era así en las lenguas orientales antiguas. En ellas la palabra era más que una referencia indicativa.
Nosotros hacemos de la palabra una etiqueta que se adhiere a una cosa para identificarla. Pero para el hombre del antiguo Oriente, que captaba la realidad como una totalidad, no había distinción entre lo material y lo espiritual. Y por lo tanto tampoco distinguía entre la cosa y lo que la significaba, entre la realidad y la idea.
Así que la palabra y la cosa estaban para él en un mismo plano de ser. Se puede decir que en la palabra las
cosas adquirían su primera configuración.
El hombre del antiguo Oriente reconocía en la palabra una capacidad distinta de la exigida por la conversación cotidiana. La palabra no necesitaba un oído que la comprendiera, porque en virtud de ese poder creador misterioso a la palabra le bastaba, para alcanzar su fin, que fuese pronunciada.
Si toda palabra encerraba cierto poder, ¿cuánto más la palabra de Dios? Irrumpiendo en la vida del profeta le transformaba su existencia, y saliendo de la boca del profeta la palabra anticipaba lo que YHWH obraría en la historia. Los profetas vieron con claridad que la vida de Israel dependía de la palabra de YHWH hasta los niveles más esenciales de su vida y por eso la palabra era más importante que el alimento que el cuerpo necesitaba: No solo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que sale de la boca de YHWH (Dt 8:3). Quien no escuchara esa palabra cuando fuera proclamada la buscaría después desesperadamente: He aquí que llegan días, oráculo del Señor YHWH, en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oir la palabra de YHWH. Entonces vagarán de mar a mar, de norte a oriente andarán errantes en busca de la Palabra de YHWH, pero no la encontrarán (Am 8:11).
Pero los profetas no sólo anunciaron lo que estaba por venir mediante palabras; lo hicieron también mediante acciones simbólicas, a veces muy extrañas. Estos signos tenían igual poder creador que la palabra, y tal vez mucho más que la palabra. En los signos YHWH mismo actuaba en Israel por
mediación del profeta, pues el signo era una prefiguración creadora de lo que había de venir. El profeta insertaba en la historia por medio del signo, como anticipación, aquello que vendría más tarde. Con el signo se ponía en marcha la realización del acontecimiento anunciado.
La importancia del signo en la predicación profética sobresale especialmente en Oseas, un profeta contemporáneo de Amós que también predicó en el reino de Israel. Oseas predicó la relación de Dios con su pueblo a través del ejemplo de su propio matrimonio: Dijo YHWH a Oseas: "Ve, tómate una mujer dada a la prostitución e hijos de prostitución, porque la tierra se está prostituyendo enteramente, apartándose de YHWH (Os. 1:2). La Alianza quedó entonces presentada como un desposorio entre Dios y el pueblo, y la idolatría como un acto de prostitución: ¡Pleitad con vuestra madre, pleitad, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido!... Pues su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los concibió, cuando decía: "Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas"... La visitaré por los días de los Baales, cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí (Os. 2:4,7,15).
Los signos proféticos de Oseas fueron vinculados con las desgracias que efectivamente vinieron sobre Israel. La ruina se precipitaría sobre la dinastía real de Jehú, que había llegado al poder mediante una gran cantidad de crímenes entre la familia de Ajab y Jezabel: tomó a Gómer, hija de Dibláyim, la cual concibió y le dio a luz un hijo. YHWH le dijo: "Ponle el nombre de Yizreel, porque dentro de poco visitaré yo la casa de Jehú por la sangre derramada en Yizreel, y pondré fin al reinado de la casa de Israel (Os. 1:3-4). La dinastía de Jehú acabó en el 743 al ser asesinado su hijo Zacarías por Salúm, a su vez asesinado por Menajem.
En esos precisos momentos el gigante asirio comenzaba a despertar. Una revuelta militar había puesto en el trono a un hombre que llevaría a su mayor esplendor al imperio asirio, Tiglatpileser III, un conquistador formidable que tenía a su disposición un ejército perfectamente organizado. Su plan fue conquistar definitivamente el Asia y por eso, una vez consolidados sus dominios en el norte, se volvió hacia el oeste a partir de 738. Aquel año, Menajem figuró en los anales asirios entre los tributarios del imperio. Una estela conserva la siguiente lista: A los reyes del país de Hatti, de los arameos de la orilla del mar occidental, de Quidri, de los árabes: Kushtashpi de Kumuhu, Resín de Damasco, Menajem de Samaría, Tuba'il de Tiro... Zabide, reina de los árabes, impuse sobre ellos impuesto y tributo: plata oro, estaño, hierro, piel de elefante,
diente de elefante, púrpura azul, púrpura roja, vestidos multicolores y de lino, camellos y camellas.
Los días de Israel estaban contados, pues a medida que crecía el poder de Asiria el país se iba consumiendo en disputastribales por el poder. Porque al morir Menajem en 738, en muy pocos años se sucedieron tres reyes en el trono de Samaría: “Pecajías, hijo de Menajem asesinado en 737, Pecaj (737-732) y Oseas (732-724). El profeta advirtió inútilmente el peligro que se acercaba: Todos sus reyes han caído, y ninguno entre ellos clama a mí. Efraím se mezcla con los pueblos, Efraím es una torta a la que no se ha dado vuelta. Extranjeros devoran su fuerza, ¡y él no lo sabe! Ya las canas blanquean en él, ¡y él no lo sabe! El orgullo de Israel testifica contra él, pero no se vuelven a YHWH su Dios, con todo esto, no le buscan. Efraím es cual paloma, sin cordura; llaman a Egipto, acuden a Asiria. Dondequiera que vayan, yo echaré mi red sobre ellos (Os 7:7-12). El fin llegaría de un momento a otro y la destrucción del reino sería la sentencia del juicio de YHWH sobre Israel.
Pero el rechazo no podría ser nunca la palabra definitiva de YHWH, ya que del mismo modo que el profeta amaba a su esposa infiel, así también Dios amaba a su pueblo. No porque éste fuera bueno, sino porque YHWH era fiel a su Alianza: Ve otra vez, ama a una mujer que ama a otro y comete adulterio, como ama YHWH a los hijos de Israel, mientras ellos se vuelven a otros dioses (Os. 3:1). Porque la Ley, el culto y la tierra prometida a los patriarcas importaban a YHWH más que la maldad del rey y de los jueces impíos: Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más lo llamaba, más se alejaba de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándolo por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer... ¿Cómo voy a dejarte Efaím, como entregarte Israel? Mi corazón está en mí transtornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti soy el Santo, y no vendré con ira (Os. 11:1-4.8-9).
El ideal con el que Oseas esperanzó al pueblo fue el de la vida que Israel llevaba en el desierto bajo la guía de Moisés, el tiempo del noviazgo con Dios: Por eso voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Allí le daré sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía de Egipto. Y sucederá aquel día -oráculo de YHWH- que ella me llamará "Marido mío", y no me llamará "Baal mío". Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre. Haré en su favor un pacto el día aquel con la bestia del campo, con el ave del cielo, con el reptil del suelo; arco, espada y guerra los quebraré lejos de esta tierra, y haré que ellos reposen en seguro. Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a YHWH (Os. 2:16-22).