EL HOMBRE Y LA MUJER, SER UNA SOLA CARNE.
Dice la Biblia: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Génesis 2:24)
Ser una sola carne va más allá de unirse sexualmente con una persona del otro sexto. Ser una sola carne es ser un solo proyecto. Hay matrimonios en que el hombre y la mujer tienen distintas formas de entender la vida, diferentes valores, distintos principios; educa cada uno a sus hijos de un modo diferente al otro y los hijos no encuentran unidad de pensamiento ni de sentimientos en sus padres. La voluntad del Creador fue que Adán y Eva formaran un solo ser, con iguales sentimientos, pensamientos, ideales, valores, con un mismo proyecto.
El hombre y la mujer dejan a sus padres para emprender un camino nuevo, una nueva aventura, la de vivir un proyecto distinto al de sus progenitores. Así tiene que ser para que se renueve la vida. Si Dios no lo hubiese planeado de ese modo, seguiríamos repitiendo el mismo esquema siempre, bajo el mando de nuestros abuelos. Pero Él no lo quiso así, sino que el hombre dejara el hombre a su padre y a su madre para formar un hogar joven, nuevo, con renovadas esperanzas, que corrigiese cualquier error pasado y tomara nuevas soluciones. Es bueno que así sea, Dios lo ha querido así.
El hombre se une a su mujer, ambos se gustan y se aman, y juntos construyen un matrimonio y una familia. Ambos hacen un hogar con sus hijos. La casa es el edificio que alberga a la familia, pero el espíritu que une a los esposos y cuida el desarrollo y felicidad de sus hijos, eso se llama hogar. Formar un hogar es más importante que construir una casa; así como edificar una comunidad cristiana o iglesia es mejor y más importante que construir un templo.
PROCREAR
“Mas vosotros fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella.” (Génesis 9:7)
La Palabra de Dios utiliza aquí tres términos que nos pueden parecer sinónimos: “fructificad y multiplicaos; procread”
a) Fructificar es “dar fruto”. Ya hemos visto que nuestro Creador desea que demos frutos en todo aspecto: en obras, en virtudes, en nuevas vidas.
b) Multiplicar se refiere a “aumentar el número o la cantidad de cosas de la misma especie” sobretodo hablando de lo que se multiplica por generación. Si fructificar es producir un fruto, un resultado, multiplicar es ampliar numéricamente ese resultado. Dios desea que los seres humanos nos multipliquemos en hijos biológicos y en hijos espirituales. En todos los campos de la actividad humana –las artes, la ciencia, el deporte, la religión, etc.- se plantea este desafío a todo hombre.
c) Por último, “procrear” es “engendrar, multiplicar una especie” Si fructificar es producir un resultado y multiplicar es ampliar numéricamente ese resultado, procrear es el modo o la operación misma de cómo se logra el resultado. La procreación es posible sólo con la intervención de tres: el hombre, la mujer y Dios. Procreamos otras vidas humanas, es el deseo del Señor. También procreamos otras vidas espirituales; para ello intervienen Jesucristo y Su obra redentora (ya realizada en la cruz, la sangre), la Palabra de Dios (anunciada por nuestros labios, el agua) y el Espíritu Santo. “Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan.” (1 Juan 5:8)
CRECER.
Crecer es una palabra de moda. Todo el mundo habla de crecer: crecer como persona, crecer espiritualmente, crecer en fe, en amor, etc. los organismos vivientes crecen de dos maneras: en estatura (un árbol se hace más alto) y en cantidad de células, se ensanchan, se engrosan (una mascota engorda). Los seres humanos agregamos otra forma de crecer: interiormente en nuestra filosofía de vida o modo de enfrentar las dificultades. Así, una persona crece cuando cumple años, pero también cuando desarrolla ciertas cualidades. Un grupo humano igualmente puede crecer en cantidad y en calidad. No siempre se dan ambos crecimientos simultáneamente.
El crecimiento, es clave para enfrentar al enemigo. El enemigo puede ser un defecto, un vicio, un contrincante, una entidad espiritual, etc. Sólo podemos presentarle frente “creciendo” en cantidad de virtudes como la fe, la fortaleza, la templanza, el amor. Multiplicarnos en número nos ayudará para la oración comunitaria y colectiva, para solidarizar con los hermanos y el prójimo y para ejercitar el amor. El Señor nos sugiere un principio y una misión: crecer para que el enemigo tiemble y sea derrotado.
TEMER A DIOS Y GUARDAR SUS MANDAMIENTOS.
“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. / Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” (Eclesiastés 12:13,14)
Al término del libro del Eclesiastés, que muchos piensan fue escrito por el sabio Salomón, éste expresa el propósito de su discurso. Bien puede ampliarse este concepto a toda la Biblia. El objetivo del Libro Sagrado es que temamos a Dios y obedezcamos Sus mandamientos. Claramente en este texto el Espíritu Santo nos indica otro aspecto de la misión del hombre: temer a Dios y guardar Sus mandamientos.
El temor de Dios es uno de los siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, poder, conocimiento, temor de Yhwh y justicia (Isaías 11:1-5). Dice acerca del Mesías: “Y reposará sobre él el Espíritu de Yhwh; espíritu de… temor de Jehová.” (v.2) Consiste en la disposición que el Espíritu pone en el alma para que se porte con respeto delante de la majestad de Dios y para que, sometiéndose a Su voluntad, se aleje de todo lo que pueda desagradarle. El primer paso en el crecimiento cristiano es la huida del mal. Esto es lo que consigue el don o espíritu de temor. Por ello se dice que es la base de todos los demás. Se empieza a gustar de Dios cuando se le empieza a temer, y el don de sabiduría perfecciona recíprocamente este temor. Los efectos del temor de Dios son: continua moderación, santo temor, profundo anonadamiento delante de Él; gran horror de todo lo que pueda ofenderlo y una firme resolución de evitarlo; vergüenza cuando se cae en falta y vigilancia sobre las inclinaciones desordenadas. El pecado opuesto al temor de Dios es el espíritu de orgullo, de independencia y de libertinaje: sigue sólo las propias inclinaciones, sin soportar ninguna sujeción. El fruto del Espíritu Santo que corresponde a este don es la templanza. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, / mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5:22,23) Quien teme a Dios, dice Eclesiastés, guardará Sus mandamientos.
Los mandatos de Dios son muchos en toda la Biblia. En el Antiguo Testamento se resumieron en 10, el Decálogo entregado por Yhwh a Moisés. Jesucristo, en el Nuevo Testamento, nos entregó un nuevo mandamiento “que os améis unos a otros como yo os he amado” e hizo un resumen de la Ley en la fórmula amor a Dios + amor al prójimo + amor a sí mismo. Los mandamientos de Dios son las órdenes de Él para que el ser humano viva feliz. Todo lo que es bueno y hace bien a todos y no ofende al Señor, eso es un mandato de Él.
Guardar los mandamientos es cumplirlos. Podemos conocer todos los mandamientos de Jesucristo, más de 90 según un estudioso, memorizarlos, enseñarlos… pero otra cosa es cumplirlos. Necesitamos esforzarnos en poner por obra los mandamientos de Dios. El apóstol Santiago enseña: “22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. 23 Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. 24 Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. 25 Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” (Santiago 1:22-25)
El todo del hombre se refiere a lo más importante, aquello que llena todas sus expectativas, sus sueños, sus anhelos, el sentido de la vida. El todo del hombre, asegura el Eclesiastés, es Temer a Dios, y guardar sus mandamientos.
Las obras del hombre es todo lo que hace: lo que habla, lo que toca, lo que construye con sus manos, lo que deja de hacer, lo que provoca. Todo ello es producto de las motivaciones de su corazón, de sus sentimientos, de sus ideas e imaginación, de sus deseos y frustraciones. Se puede conocer el corazón de un hombre por sus acciones y obras, como dijo Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (San Mateo 7:16). Tanto las obras buenas como las obras malas nacen de lo más profundo del ser: “18 Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. 19 Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. 20 Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.” (San Mateo 15:18-20)
El juicio de Dios para los incrédulos y para los creyentes es distinto. A los incrédulos los juzgará conforme a su comportamiento un día en el Juicio Final: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. / Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.” (Apocalipsis 20:11,12) Todos ellos serán juzgados según sus obras y como ningún humano es perfecto por ser pecador, ninguno será hallado inocente. Además se examinará si es salvo, es decir si creyó en Jesucristo, lo cual deberá constar en el “libro de la vida”: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” (Apocalipsis 20:15)
Los creyentes ya fueron juzgados en Cristo. Jesucristo tomó sobre Sí nuestro pecado, Él pagó el precio de nuestras culpas, así es que los cristianos no serán juzgados para condenación. Sólo comparecerán ante el Tribunal de Cristo para ser recompensado o avergonzado. En ese tribunal se recibirá o dejará de recibir el galardón, el cual es la visa para participar en el Reino milenial (2 Corintios 5:10)
Hay muchos pensamientos, hechos, deseos y sentimientos nuestros que permanecen encubiertos. Son aquellas cosas que nos avergüenzan, lo que no nos atrevemos a reconocer en público, actos y deseos pecaminosos que sólo son conocidos por Dios. Es necesario que presentemos al Señor todo aquello en confesión para que sea lavado con la sangre de Jesucristo o, de lo contrario, un día seremos avergonzados delante de Él. “6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; 7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. 8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 San Juan 1:6-9)
Se nos aconseja guardar sagrado temor de Dios y cumplir Sus mandatos. Esa es la mayor, principal y única obra humana, someterse a Dios. Un día Él nos juzgará, sea en el Tribunal de Cristo o en el Juicio Final. Ese día quedará al descubierto todo cuanto hemos hecho en esta vida: lo bueno y lo malo. Por tanto todo ser humano debe cuidarse de cumplir exactamente la voluntad de Dios en su vida.
FORMAR UNA FAMILIA.
Una familia natural y una familia espiritual Los seres humanos fuimos llamados por Dios a formar una familia natural. Este es un llamado muy serio que Dios hace a cada ser humano. Por eso puso en cada hombre y mujer el natural deseo de unirse en matrimonio y así tener hijos, educarlos, criarlos y proyectarlos en la sociedad humana. Pero, más allá de formar esa familia natural, al llamarle a la conversión lo inserta en una familia espiritual, que es la Iglesia o Reino de Dios. Los cristianos ahora tenemos dos familias: la familia sanguínea y la familia de la fe.
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19)
¿Cuál familia es más importante? Cabe aquí la pregunta ¿y qué familia es más importante, la natural o la espiritual? En verdad no podemos despreciar ninguna de las dos ni poner en lugar de relevancia a una sobre la otra. Ambas son nuestra responsabilidad, ambas son muy importantes. Nuestro deber con la familia natural es conducirla a Jesucristo, educarla cristianamente, darle los valores y principios del Reino de Dios, testificarle y evangelizarla. No es, como piensan algunos cristianos, introducirla por obligación en mi Iglesia y haciendo uso de algún sacramento, la fe no se impone, sino que conduciéndola a Cristo. Es un trabajo que exige dedicación, seriedad, amor y mucha oración. Y en cuanto a la familia espiritual tampoco podemos considerarla poca cosa, en ella están nuestros hijos, padres y hermanos espirituales, con quienes hacemos la obra del Señor. Es preciso apreciar esa relación y no reducirla a una cosa protocolar superficial.
¿Son iguales ambas familias? ¿Son la misma familia? La familia natural y la familia espiritual no son la misma, pero bien podría mi familia natural pasar a ser parte de mi familia espiritual. Algunos también encontrarán en la familia espiritual Iglesia a su esposo o esposa y así a su familia natural. Queda claro que ambas no son la misma familia.
Dios ha permitido ambas familias. Si esto es así, si existe una familia natural y otra espiritual, es porque Dios lo ha permitido. La familia natural es por causa de Dios Creador; Él creó a la mujer, constituyó el matrimonio y creó la familia, estas que nombramos antes como “creaciones femeninas de Dios”. Pero, si Dios Creador inventó la familia natural con toda su genealogía, Dios Salvador creó la familia espiritual. Esta última no existiría sin Jesucristo y su obra redentora. Soy hijo de Dios nacido de nuevo y miembro de la Familia de Dios, sólo porque hay un Dios Salvador.
Dios quiso tener una familia. ¿Sería la voluntad de Dios tener una o dos familias? Indudablemente que un Dios Único y de Unidad siempre ha deseado tener una sola familia. Su plan inicial fue constituir una sola familia con la Humanidad. Dios siempre quiso tener una familia. ¿Será que Dios se sintió solo? No, puesto que Dios es Autosuficiente, se basta a Sí mismo, no necesita de nada ni de nadie, Él lo es Todo. Pero Dios es Amor y el amor es generosidad. Dios quiere compartir su amor con muchos seres y por ello creó al ser humano hombre-mujer, para compartir Su felicidad, Su amor, Su alegría, Su vida con la familia humana, en que Él es el Padre Eterno.
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